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Canterac!--pensaba--.Empiezo a creer que no tendremos bastante para pagarlo todo." Mientras tanto, el ingeniero frances avanzaba entre los arboles con Elena o se detenia para mostrarle los ejemplares mas corpulentos. --Esto no es el parque de Versalles, bella marquesa--dijo imitando los ademanes galantes de otros siglos--, pero representa, a pesar de su modestia, el gran interes que tiene un hombre en serle agradable. Pirovani, fingiendose distraido, iba detras de ellos a cierta distancia. Le era imposible ocultar el despecho que le producia esta fiesta ideada por su adversario. Reconocia que nunca hubiera sabido inventar el algo semejante, iLo mucho que sirve haber estudiado!... Segun iba avanzando por el bosque artificial, procuraba empujar disimuladamente los arboles mas proximos para hacerlos caer. Pero este mal deseo resultaba inutil. Todos se mantenian firmes. Aquel imbecil de Moreno habia hecho bien las cosas al ayudar a Canterac. Sintio frio en sus extremidades y que toda la sangre se le agolpaba al corazon viendo como se ocultaba la pareja en un tupido cenador de ramaje, al final de una avenida. Era el famoso "santuario" del oficinista. --La reina puede sentarse en su trono--dijo Canterac. Y mostro a Elena un banco rustico rematado por una especie de doselete hecho con guirnaldas de follaje y flores de papel. Excitado el frances por la soledad, hablo con gran vehemencia de su amor y de los grandes sacrificios que estaba dispuesto a hacer por Elena. Muchas veces habia dicho lo mismo, pero ahora estaban solos y aquella fiesta parecia haber aumentado su agresividad pasional. Ella, que se habia sentado en el banco rustico, teniendo cerca al ingeniero, mostro cierta inquietud, aunque sin perder por esto su sonrisa tentadora. Canterac le cogio ambas manos e inmediatamente quiso besarla en la boca. Como la Torrebianca esperaba la agresion, se defendio a tiempo, haciendo esfuerzos por repelerle. Se hallaban en esta lucha, cuando aparecio el contratista en la entrada del cenador. Pero ninguno de los dos pudo verle. Canterac seguia ocupado en su tenaz proposito de besarla; y ella, olvidando sus remilgos de coqueta, lo repelia violentamente. --Esto no es leal--dijo con voz jadeante--. Debo estar despeinada... Va usted a romper mi sombrero... iEstese quieto! Si insiste usted, le abandono. Viose al fin obligada a defenderse con tal brusquedad, que Pirovani creyo llegado el momento de intervenir, a
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