vanzando resueltamente dentro
del cenador. El ingeniero, al verle, abandono a Elena, poniendose de
pie, mientras la mujer reparaba el desorden de su peinado y sus ropas.
Los dos hombres se miraron fijamente, y el italiano considero
necesario hablar.
--Muestra usted mucha prisa--dijo con ironia--en cobrarse los gastos
de su fiesta.
Resultaba tan inaudito para Canterac que un simple contratista se
atreviese a insultarle alli mismo, en el costoso parque inventado por
el, que permanecio algunos momentos sin poder hablar. Luego, su colera
de hombre autoritario estallo con fria llamarada.
--?Con que derecho me habla usted?... Debi abstenerme de invitar a un
emigrante sin educacion, que ha hecho su dinero nadie sabe como.
Se enfurecio Pirovani, pero con una colera ardiente, al recibir tal
insulto en presencia de Elena. Y como su violencia de sanguineo
necesitaba pasar a la accion, por toda respuesta se arrojo sobre el
ingeniero, abofeteandole. Inmediatamente los dos hombres se agarraron,
luchando a brazo partido, mientras la Torrebianca, perdida la
serenidad, empezaba a dar voces de espanto.
Acudieron los invitados, siendo de los primeros en presentarse Robledo
y Watson, cada cual por un lado distinto. El ingeniero y el
contratista, estrechamente agarrados, rodaban por el suelo, derribando
gran parte del "santuario de verdura".
Pirovani, mas carnudo y vigoroso que Canterac, lo sofocaba con su
peso. La colera le hacia olvidar todo lo que sabia de espanol, y
lanzaba blasfemias en italiano, aludiendo a la Virgen y a la mayor
parte de los habitantes del cielo. Ademas, pedia a los que intentaban
separarlos que le dejasen comerse tranquilamente los higados de su
rival. Habia vuelto en unos segundos los anos de su adolescencia,
cuando se aporreaba con los companeros de pobreza en alguna
_trattoria_ del puerto de Genova.
A fuerza de tirones y algun que otro punetazo, varios hombres de buena
voluntad consiguieron separar a sus dos jefes. Watson, despreciando a
los combatientes, habia corrido hacia la marquesa, colocandose
delante de ella en actitud defensiva, como si le amenazase algun
peligro.
Robledo miro a los dos adversarios. Contenido cada uno de ellos por un
grupo, se insultaban de lejos, con los ojos inyectados de sangre y la
lengua estropajosa. Ambos habian olvidado de repente el espanol, y
cada uno barboteaba las peores palabras de su respectivo idioma.
Luego contemplo a la marquesa de Torrebianca, que sus
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