ribunda que resucita. Creyo ver el rostro noble y triste de su
companero Torrebianca, e inmediatamente quiso hacer un movimiento
negativo y echarse atras, repeliendo a Elena... No podia traicionar a
un camarada. Era innoble proceder asi, estando bajo el mismo techo que
el otro y separado de el solamente por unos tabiques. Luego se vio a
si mismo y vio a Celinda, cuando marchaban los dos alegremente por el
campo. Quiso mover otra vez su cabeza negativamente y parpadeo con una
expresion angustiosa, pretendiendo defenderse y teniendo al mismo
tiempo la certidumbre de que le seria imposible.
"iPobrecita Flor de Rio Negro!", penso.
Los brazos que rodeaban su cuello le oprimieron dulcemente y tiraron
de su cabeza, inclinandola poco a poco hacia el rostro femenil que
avanzaba unos labios avidos y audaces. Las dos bocas acabaron por
unirse, y Ricardo penso que ese beso iba a ser interminable.
Experimentaba la sorpresa del que al entrar en un palacio maravilloso
ve francas las puertas de un segundo salon todavia mas admirable, y
luego penetra en un tercero que le parece superior, perdiendose en
lontananza la sucesion de habitaciones deslumbradoras abiertas ante
el. Cuando se imaginaba haber poseido por entero aquella boca, los
labios se entreabrian con un bostezo de fiera, dejandole avanzar para
revelarle ineditos contactos de estremecedora voluptuosidad. Creia ya
agotadas todas las sensaciones ocultas entre aquellas dos valvas
carnosas, suaves y humedas, y nuevos escalofrios de placer bajaban
verticalmente por el dorso de su cuerpo.
Penso confusamente, en aquel momento, lo mismo que todos los
personajes simples de la Presa que corrian enloquecidos detras de la
Torrebianca: "Esta es la verdadera mujer. Solo merecen admiracion las
hembras que han conocido la vida elegante."
Vagaron las manos de el sobre los relieves del cuerpo adorable,
intentando libertarlos del encierro de las ropas...
De pronto se repelieron los dos con el empellon de la sorpresa,
procurando al mismo tiempo reparar el desorden externo de sus
personas. Al otro lado de la puerta, Sebastiana golpeaba la madera con
los nudillos, pidiendo licencia para entrar. La mestiza era demasiado
bien criada para abrir una puerta sin permiso; pero antes de
solicitarlo, creia oportuno siempre mirar un poco por el ojo de la
cerradura. Cuando asomo al fin la cabeza entre las dos hojas de
madera, dijo bajando sus ojos maliciosos:
--Mi antiguo patron don Pirovani qui
|