ciales! iQue tormento!...
Tomaba su voz inflexiones de piadoso carino, al mismo tiempo que las
comisuras de su boca se dilataban en un rictus de colera.
Se puso el sombrero y salio. Desde lo alto de la escalinata pudo ver
la calle enteramente solitaria.
Toda la gente del pueblo estaba en los alrededores del parque
improvisado. Canterac y el contratista, cada uno por su parte, habian
declarado festivo aquel dia, imponiendo el descanso a sus obreros.
Frente a la casa habia un carruajito de cuatro ruedas, cuidado por un
mestizo. Este dormia en el pescante, con un cigarro paraguayo entre
sus labios gruesos y azules, mientras un enjambre de moscas zumbaba en
torno al rostro sudoroso.
Elena penso en sus admiradores, que estarian esperandola, impacientes.
Se habian abstenido de venir a buscarla, porque el dia anterior les
manifesto su deseo de presentarse sin otro acompanamiento que el de su
esposo. Una senora debe evitar que la maledicencia se cebe en sus
actos.
Cuando se dirigia hacia el carruajito, dejando a sus espaldas la casa,
oyo el ruido de un galope. Un jinete acababa de surgir de una
callejuela inmediata. Era Flor de Rio Negro.
Por una afinidad misteriosa que mas bien era una repulsion, Elena
adivino su presencia antes de verla con sus ojos. Sin esperar a que el
caballo hiciese alto, la intrepida amazona se deslizo de la silla.
Luego fue aproximandose, con la torpeza del jinete que extrana el
contacto del suelo:
--Senora, una palabra nada mas.
Y se interpuso entre ella y la estribera del carruaje, cerrandola el
paso.
A pesar de su arrogancia, Elena se sintio emocionada por los ojos
hostiles de la muchacha. Fingio, sin embargo, altivez, y parecio
preguntar con un gesto: "?Es realmente a mi a quien busca?..."
Celinda la entendio, contestando con un movimiento afirmativo. La
marquesa hizo otro ademan indicando que podia hablar, y la nina de
Rojas dijo con expresion agresiva:
--?No tiene usted bastante con todos esos hombres a los que trae
locos?... ?Todavia necesita robar los que pertenecen a otras mujeres?
La respuesta de Elena fue mirarla de pies a cabeza. Pretendia
confundirla con sus gestos de superioridad.
--Joven, no la conozco--dijo--. Ademas, sospecho que existen entre
nosotras grandes diferencias de categoria y educacion, que nos impiden
seguir hablando.
Intento apartarla para que le dejase libre el paso; pero Celinda,
irritada por su aire despectivo, levanto el rebenque que l
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