levantarse con el alba. Todos
al abandonar el boliche volvian sus ojos instintivamente hacia el rio
obscuro que se deslizaba sordamente, durante miles y miles de anos,
entre tierras yermas, negandolas su caricia gestadora de tantas
maravillas.
Mientras llegaba la hora de ser millonario gracias a la irrigacion,
una de las mejores ganancias del dueno del boliche consistia en
organizar los domingos corridas de caballos. Para esto necesitaba el
permiso de don Roque, y no le era facil conseguirlo.
El comisario tenia miedo a sus superiores. El gobierno federal habia
prohibido esta fiesta en los territorios de vida primitiva, por ser
causa de borracheras y peleas. Pero el antiguo vecino de Buenos Aires,
para vivir resignadamente en la Patagonia, necesitaba una compensacion
mayor que el sueldo dado por el gobierno; y a causa de esto, siempre
que el dueno del boliche le hablaba a solas, conseguia vencer sus
escrupulos.
--Por Dios, no anuncies mucho, Gallego, que va a haber
corridas--suplicaba el comisario--. No haga el demonio, che, que
tengamos una desgracia y lo sepan alla en Buenos Aires... Que sea
unicamente para los que habitan el campamento.
Pero el negocio exigia, por el contrario, una gran publicidad, y de
muchas leguas a la redonda iban llegando, a partir del sabado por la
tarde, numerosos jinetes.
En el pais no abundaban las fiestas, y habia que aprovechar las
corridas de la Presa. La poblacion del campamento parecia triplicarse.
El boliche expendia en veinticuatro horas la provision de bebidas
hecha para un mes.
Manos Duras saludaba a numerosos jinetes que vivian en ranchos
lejanisimos y le habian ayudado algunas veces en sus negocios. Todos
iban montados en sus mejores caballos, a los que llamaban "fletes",
para tomar parte en las carreras.
Los premios dados por el Gallego no eran gran cosa: un billete de
veinte pesos, panuelos de vistosos colores, un tarro de ginebra; pero
los gauchos, orgullosos de sus espuelas, de su cinturon y de su
cuchillo con mango de plata, venian a triunfar por el honor y la
gloria, regresando a sus ranchos satisfechos de haber demostrado su
guapeza ante los _gringos_ trabajadores, incapaces de montar un
caballo bravo.
Rara vez se volvian en la misma tarde. Consideraban necesario quedarse
para celebrar el triunfo, y las primeras horas nocturnas del domingo
eran las de mayor ganancia para el boliche. Tambien resultaban las mas
temibles para don Roque, y su recuerdo lo haci
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