rguezas de Gonzalez, se mostraba indignado.
--?No te decia yo que esto acabaria mal, Gallego?... Ahora veremos lo
que dicen de Buenos Aires. En una de estas, che, voy a perder mi
puesto.
Pero ni de Buenos Aires hablaban, ni don Roque perdia su cargo. Como
era la unica autoridad y estaba de acuerdo con su colega de Fuerte
Sarmiento, se procedia al entierro del difunto, cuando lo habia, y si
solamente era un herido, este se dejaba curar, asegurando no haber
visto jamas al que le dio la cuchillada y anadiendo que no le
reconoceria aunque se lo pusieran delante.
Transcurrian algunos meses sin que don Roque se ablandase. "iChe,
Gallego: no me pillaras otra vez!..." Pero la generosidad del
bolichero acababa con sus temores, y de nuevo se anunciaba una corrida
de caballos.
Si la fiesta habia terminado sin peleas, Gonzalez, triunfante, renia
al comisario.
--?Lo ve usted?... Este es un pueblo que progresa, y puede uno tener
confianza en su decencia. Lo de la otra vez fue un pequeno incidente.
Para no verse el bolichero desmentido por los hechos, ensanchaba su
largueza hasta Manos Duras, dandole algun billete de Banco a cambio de
que mantuviese la paz, valiendose de sus amistades con unos y del
temor que inspiraba a otros.
Un sabado, al anochecer, entro Robledo por la calle central, de vuelta
de sus canales. Al pasar ante la casa de Pirovani miro al lado opuesto
y acelero la marcha de su caballo, por temor a que Elena abriese una
ventana, llamandole. Iban transcurridos muchos dias sin que el hubiese
vuelto a visitarla. Sentia esos temores vagos que anuncian la cercania
del peligro, pero sin dejar adivinar de que parte viene.
El campamento de la Presa le parecia ahora distinto al de algunas
semanas antes. Su aspecto exterior era el mismo, pero su vida interna
se transformaba de un modo inquietante. Iban perdiendose la dulzura
monotona y la confianza algo grosera con que se trataban todos
siempre.
"Gualicho", el terrible demonio de la Pampa expulsado al mismo tiempo
que los indigenas, habia vuelto a estas tierras que fueron suyas,
reconquistandolas. Robledo se acordo de como los indios solian
combatir a dicho genio del mal apenas iban notando su presencia entre
ellos.
Cuando sus expediciones para robar ganado o sorprender a las tribus
vecinas empezaban a fracasar; cuando iban en aumento las enfermedades
en sus tolderias y las amenazas de hambre, todos los jinetes se
armaban y salian al campo para vencer al m
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