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a vacilar en la concesion de nuevos permisos, aun a riesgo de perder lo que le daba en cambio el Gallego. Como el publico no cabia dentro del establecimiento, formaba corros fuera de el; y Friterini, ayudado por las mujeres, entraba y salia incesantemente con botellas y vasos. Sonaban las guitarras, acompanando los gritos y los palmoteos de la gente amontonada en torno a los bailarines. El comisario se mantenia a distancia con sus cuatro soldados de largos sables, sabiendo que su presencia, las mas de las veces, servia para excitar los animos en vez de calmarlos. Los que mas le preocupaban eran los peones chilenos. En las fiestas ordinarias, cuando estaban con sus camaradas de trabajo, su embriaguez resultaba metodica y su humor no sufria sobresaltos. Acostumbrados al trato con los peones europeos, cantaban y bailaban la _cueca_ sin que se turbase la paz. Unicamente su patriotismo agresivo iba creciendo segun aumentaba la cantidad de bebida consumida. --iViva Chile!--gritaban a coro entre una _cueca_ y otra. Alguno, mas entusiasta, completaba la aclamacion, lanzandola con toda su pureza clasica, como lo hacen los _rotos_ en las fiestas patrioticas o en la guerra al cargar a la bayoneta: "iViva Chile, m...!" Mas en las tardes de carreras, la presencia de gentes extranas, y especialmente a aquellos jinetes de aire arrogante, orgullosos de sus sillas chapeadas de plata, de sus armas y de los adornos metalicos de sus trajes, parecia esparcir un malestar provocativo, mezcla de odio y de envidia, entre los _rotos_ que iban a pie. De pronto cesaban de sonar las guitarras y habia un rumor de disputa. Chillaban las mujeres; sobre sus chillidos se destacaba un grito mortal; luego venia un silencio profundo. Y la gente se apartaba, dejando sitio a un hombre con ojos de loco y la diestra roja de sangre. --iAbran cancha, hermanos, que me he desgraciao!... Todos le abrian paso; nadie pretendia detenerle, ni aun el comisario, que procuraba estar lejos. Hubiera sido un atentado contra las leyes establecidas por los antiguos, mas conocedores de la vida que los hombres del presente. El hermano del herido o del muerto solo atendia al que estaba en el suelo, sin preocuparse de atajar a su agresor. Tiempo le quedaba de ir en busca del que se habia "desgraciado", alla donde estuviese, para "desgraciarse" a su vez, ejerciendo el derecho de la venganza. Cuando ocurria uno de estos incidentes, don Roque, olvidando las la
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