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ejaban sus ojos. --iPobre hombre!... iUn tipo interesante! Mientras los tres jinetes se alejaban, Manos Duras siguio inmovil junto al camino. Deseaba ver algunos momentos mas a aquella mujer. Tenia en su rostro una expresion grave y pensativa, como si presintiese que este encuentro iba a influir en su existencia. Pero al desaparecer Elena con sus acompanantes detras de un monticulo arenoso, el gaucho, no sintiendo ya el deslumbramiento de su presencia, sonrio con cinismo. Varias imagenes salaces desfilaron por su pensamiento, desvaneciendo sus dudas y devolviendole su antigua audacia. "?Por que no?--se dijo--. Lo mismo es esta que las que bailan en el boliche del Gallego. iTodas mujeres!" Continuaron su paseo por la orilla del rio la marquesa y sus dos acompanantes. De pronto, ella se levanto un poco sobre la silla para ver mas lejos. En una pradera orlada de pequenos sauces por la parte del rio habia dos caballos sueltos y ensillados. Un hombre y un muchacho habian descendido de ellos y parecian divertirse tirando un lazo por el aire. Era un lazo de cuerda, ligero y facil de manejar, aunque de menos resistencia que los verdaderos lazos de cuero usados por los jinetes del pais. Reconocio Elena al muchacho, con su instinto de mujer mas que con sus ojos. Era Flor de Rio Negro, que ensenaba a tirar el lazo a Watson, riendo de la torpeza del _gringo_. Como Torrebianca iba todos los dias puntualmente a dirigir les trabajos de los canales, Ricardo gozaba de mas libertad, empleandola en seguir a la nina de Rojas en sus correrias. Haciendo un signo a sus acompanantes para que no la siguiesen, se fue aproximando Elena a la pradera donde estaban los dos jovenes. Celinda la vio llegar antes que el ingeniero, y haciendo un gesto hostil volvio la espalda. Al mismo tiempo ordeno a Watson que le ajustase al pie una de sus espuelas, que pretendia llevar suelta. El joven, despues de haberse arrodillado, quiso levantarse, convencido de la inutilidad de esta orden. Celinda tenia bien sujeta esa espuela. Pero ella insistio para mantenerlo en dicha posicion. --?No le digo, gringuito, que voy a perderla?... Fijese bien. Y solo accedio a reconocer su error y a permitir que se levantase cuando la otra hizo volver grupas a su caballo. Elena se alejaba ofendida, dandose cuenta de su estratagema y de sus gestos hostiles. Poco antes de la puesta del sol llegaron los tres jinetes a la calle central del pueblo. Frente a la
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