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cortaba camino, evitandose un largo rodeo para llegar a la Presa. Luego anadio, como si emplease un argumento supremo: --Usted, don Carlos, deja pasar a todos. --A todos menos a ti--contesto Rojas agresivamente--. Si te encuentro otra vez en mi estancia, te saludare a balazos. Esta amenaza acabo con el hipocrita respeto del gaucho. Miro a Rojas despectivamente, y dijo con lentitud: --Es usted un viejo, y por eso me habla asi. Don Carlos saco de su cintura un revolver, apuntandolo contra el pecho de Manos Duras. --Y tu un ladron de novillos, al que todos tienen miedo no se por que. Pero si vuelves a robarme uno de mis animales, este viejo se encargara de hacerte justicia. Como el estanciero le seguia apuntando con el revolver y la expresion de su rostro no permitia duda sobre la posibilidad del cumplimiento de sus amenazas, el gaucho no oso echar mano a sus armas. Estaba seguro de recibir un balazo apenas intentase un movimiento agresivo. Despues de mirarle con ojos rencorosos, se limito a decir: --Volveremos a encontrarnos, patron, y hablaremos mas despacito. Y tras esta amenaza dio con las espuelas a su caballo y salio al galope, sin volver la cabeza, mientras don Carlos permanecia con el revolver en su diestra. Cerca del rio tuvo el gaucho un encuentro mas agradable. Vio venir hacia el un grupo de tres jinetes, e hizo alto para reconocerlos. Era la marquesa de Torrebianca, vestida de amazona y escoltada por Canterac y Moreno. Habia tenido ella que aceptar una nueva invitacion para ver los adelantos realizados en las obras del dique. Le era imposible negarse a este paseo. Necesitaba para su tranquilidad restablecer el equilibrio entre Pirovani y el ingeniero frances. Este, ya que no podia regalar una casa, deseaba hacer ver a Elena una vez mas la superioridad que tenia como ingeniero director de las obras sobre aquel italiano, sometido muchas veces a sus decisiones. El oficinista, contento de la invitacion y molestado al mismo tiempo por el caracter de hombre tranquilo que le atribuian, marchaba a caballo detras de Elena, sin que esta hiciese caso de su persona. Unicamente parecia acordarse de el cuando Canterac se mostraba demasiado vehemente en sus ademanes, tendiendo una mano de caballo a caballo para estrechar la suya o permitirse otras osadias disimuladas. --Moreno--ordenaba la marquesa--, avance y pongase a mi izquierda, para que el capitan quede lejos. No me gustan los militares; so
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