oso sendero
marcado apenas entre los asperos matorrales.
Al poco rato tuvo un mal encuentro. Don Carlos Rojas iba tambien a
aquella hora visitando su estancia y haciendo calculos sobre el
porvenir.
Continuarian siempre sus tierras altas en la pobreza actual, no
pudiendo dar alimento mas que a un numero reducido de animales. Sus
novillos eran "criollos", como el decia con cierto tono de desprecio;
bestias de mucho hueso, pezuna dura, grandes cuernos y enjutas de
carnes; aptas para nutrirse con un pasto silvestre y poco abundante;
herederos degenerados del ganado que aclimataron siglos antes los
colonizadores espanoles, trayendolo en sus pequenos buques a traves
del Atlantico.
Recordaba con remordimiento los animales de lujo de la estancia de su
padre, novillos enormes, con el lomo plano como una mesa, casi sin
cuernos, de reducido esqueleto y exuberantes carnes, verdaderas
"montanas de biftecs", como el decia... Luego pensaba en los milagros
de la irrigacion, cuando las tierras bajas de su estancia quedasen
fecundadas por las aguas del rio. Creceria en ellas la alfalfa con una
prodigalidad semejante a la de la tierra de Canaan, y le seria posible
repetir al borde del rio Negro las milagrosas crianzas de los
estancieros vecinos a Buenos Aires, sustituyendo el aspero y flaco
ganado criollo con animales valiosos, producto del cruzamiento de las
mejores razas de la tierra.
Iba don Carlos imaginandose esta maravillosa transformacion, con el
deleite de un artista que pule en su mente la obra futura, cuando vio
venir un jinete hacia el.
Se puso una mano sobre los ojos para examinarlo mejor, y no pudo
contener la indignacion que le produjo este encuentro.
--iHijo de la gran... tal!... iEs el ladron de Manos Duras!
Al pasar el gaucho junto a el, se llevo una mano al sombrero para
saludarle, espoleando luego su cabalgadura.
Don Carlos, despues de breve indecision, salio tambien al galope,
hasta que puso su caballo delante del de Manos Duras, cortandole el
paso y obligandole a detenerse.
--?Con licencia de quien atravesas vos mi campo?--pregunto con voz
temblona y aflautada por la colera.
Manos Duras no intento contestar mirandole con una insolencia
silenciosa y amenazadora, como hacia con los demas. Sus ojos atrevidos
evitaron cruzarse con los del estanciero, y respondio en voz baja,
como excusandose. No ignoraba que carecia de derecho para pasar por
alli sin permiso del dueno del campo; pero de este modo a
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