ston que mas bien era una cachiporra, gruesa
de abajo, delgada de arriba y con varias puas que marcaban el ramaje
roto.
Hizo un molinete con el tal baston, que estremecio a los arboles
inmediatos, extendiendo una brisa ondulatoria sobre gran parta de la
selva. Se sentia con esta cachiporra en la diestra menos esclavo de los
pigmeos. Sonrio pensando que hasta era capaz de echar abajo el par de
maquinas aereas que le vigilaban haciendo evoluciones sobre su cabeza.
Un simple garrotazo podia acabar con las dos si es que volaban, como
otras veces, cerca de el para tenerle al alcance de su lazo metalico.
Al cerrar la noche volvio el Hombre-Montana a su alojamiento. Tanta era
su alegria despues de esta excursion, que durante el camino de regreso,
influenciado por la dulzura del atardecer, empezo a cantar mientras
marcaba el paso, llevando sobre un hombro el arbol convertido en
garrote.
Su cancion era una marcha belicosa de las que entonaba el ejercito
americano durante la guerra en Francia. Cuando se fatigaba de cantar
silbaba, y todos los del cortejo, contagiados por su alegria, intentaban
imitarle. Las muchachas de la escolta, no menos regocijadas y
enardecidas por la excursion, acompanaban el canto del gigante golpeando
sus casquetes con sus espadas. Las aviadoras de larga pluma coreaban la
cancion o los silbidos desde sus maquinas aereas, que flotaban muy cerca
de Gillespie. Los habitantes de las cabanas y de los pueblecitos corrian
hacia el camino, atraidos por esta musica ruidosa que parecia venir de
las nubes.
Aquella noche el profesor Flimnap escribio un largo informe dirigido a
sus superiores, en el que relataba la alegria del prisionero,
insistiendo sobre la necesidad de proporcionarle diversiones para que
gozase de buena salud. Asi los sabios del pais podrian enterarse,
gracias a sus confidencias, de la civilizacion de los Hombres-Montanas.
Despues de redactar este documento solo durmio unas horas. Debia partir
al amanecer en la maquina volante que hacia el viaje a una de las
ciudades mas lejanas de la Republica. Le aguardaban alla para que diese,
ante un publico inmenso, otra de sus conferencias sobre el coloso.
Este, fatigado por su excursion del dia anterior, y sabiendo que Flimnap
no vendria a verle, se levanto tarde. Paso dos horas en el rio, dedicado
a su limpieza corporal, divirtiendose al mismo tiempo en arrojar
manotadas de agua a la orilla de enfrente, donde los curiosos se
arremolinaban y hui
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