Camino el gigante unas tres horas en pos del automovil donde iba su
traductor, rodando detras de el los otros vehiculos llenos de soldados.
Al entrar en la selva se hundio en una arboleda que tenia siglos y solo
le llegaba a los hombros, pasando muy contadas veces sus ramas por
encima de su cabeza. Los vehiculos marchaban por caminos abiertos entre
las filas de troncos, pero el gigante, al seguirlos, tropezaba con el
ramaje en forma de boveda, acompanando su avance con un continuo crujido
de maderas tronchadas y lluvias de hojas.
La escolta tuvo que quedarse en el antiguo palacio de caza de los
emperadores, que casi era una ruina, y Gillespie se lanzo a traves de lo
mas intrincado de la selva, aspirando con deleite el perfume de
vegetacion prensada que surgia de sus pasos.
Del fondo de la arboleda se elevaban nubes de pajaros, unas veces en
forma de triangulo, otras en forma de corona, siendo las mas grandes de
estas aves del volumen de una mosca. Todos los habitantes de la selva
adormecida escapaban asustados al sentir la aproximacion de este
monstruo inmenso. Bajo sus pies morian a miles las flores y los
insectos; cada una de sus huellas era un cementerio vegetal y animal.
Las grandes bestias de caza, del tamano de ratas, capaces de poner en
peligro la vida de un cazador pigmeo, corrian en galope furioso,
temerosas y encolerizadas a la vez por la intrusion de esta montana
andante, que podia aplastarlas con sus piernas, tan gruesas como los
troncos de los arboles mas antiguos.
Gillespie vio jabalies de erizado pelaje y ciervos de complicadas y
altisimas astamentas, que parecian datar de los tiempos en que cazaban
los emperadores. Estas bestias de terrorifico aspecto hacian temblar de
emocion al profesor Flimnap, a pesar de que las contemplaba desde una
altura prodigiosa. El gigante, al salir del palacio ruinoso para correr
la selva, habia creido prudente llevar con el a su traductor.
--Asi me acompanara alguien de la Comision encargada de velar por mi
seguridad.
Y puso al catedratico sobre su pecho, aposentandolo en el bolsillo
superior de su chaqueta, donde antes guardaba el panuelo perfumado que
habia sido el asombro de las damas masculinas en el palacio del
gobierno.
Flimnap, asomado al borde del bolsillo, casi lloraba de miedo cada vez
que el gigante extendia una mano pretendiendo apresar en plena carrera a
alguna de aquellas bestias amenazantes dominadoras de la selva.
--iNo, gentleman!--gritaba--
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