s Momaren parecia algo molestado por sus
distracciones anteriores.
Con el pretexto de querer oir mejor la luminosa disertacion de Flimnap,
busco sobre la mesa el aparato microfonico, introduciendolo en uno de
sus pabellones auriculares. Inmediatamente un huracan aullador choco
contra su timpano. Era la voz oratoria de su amigo, en torno de la cual
parecian enroscarse como suaves lianas las dos voces prudentes y timidas
de la pareja amorosa. Luego, fingiendo interesarse mucho por lo que
decia el conferencista, se llevo a un ojo la lente de aumento.
Vio con enormes dimensiones la cara de mistress Augusta Haynes, rematada
por su honorifico gorro, y que le sonreia protectoramente, como nunca le
habia sonreido la verdadera en el lejano pais de su nacimiento. Poco a
poco fue ladeando la cabeza, y desaparecieron de su redondel de vidrio
el Padre de los Maestros, el orador y los grupos universitarios. Como si
pretendiese cambiar de postura en su asiento, volvio la cabeza mas a la
derecha, quedando bajo su radio visual el extremo de la plataforma donde
estaban los dos amantes.
Ahora pudo ver con claridad, considerablemente agrandado y en todos sus
detalles, al joven doctor que estaba con Ra-Ra. De haberlo descubierto
una hora antes, estaba seguro de que la lente se habria caido de su
rostro empujada por la sorpresa, siendole imposible al mismo tiempo
contener un grito de asombro. Pero despues de haber conocido
personalmente a Momaren, se consideraba a salvo de toda clase de
emociones.
Entre todas las maravillas vistas en el pais de los pigmeos, el rostro
de este joven doctor representaba la mas enorme y la mas grata para el.
Pero existe un encadenamiento logico entre los sucesos extraordinarios,
igual al que reune los hechos de la vida corriente. Desde el momento que
Ra-Ra era el, y Momaren era mistress Augusta Haynes, resultaba natural
que el joven universitario solo pudiera parecerse a una persona....
Y contemplo con admiracion a miss Margaret Haynes, su novia del otro
mundo, que a traves de la lente amplificadora se mostraba casi con su
tamano ordinario.
El no habia visto nunca a Margaret llevando un gorro de doctor. Tampoco
habia tenido ocasion de admirarla con pantalones de hombre; pero creyo
firmemente que, de haberla visto asi, ofreceria las mismas formas
esbeltas y atractivas que en el presente momento. En realidad, se sintio
satisfecho por primera vez de su viaje a este pais, ya que le
proporcionaba tan agr
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