ra
natural que se mostrase enemigo irreconciliable de aquel personaje igual
en todo a la viuda de Haynes.
Pero el gigante olvido tales pensamientos, atraido por una nueva
evolucion de Ra-Ra. Retrocedia ahora con lentitud hacia un extremo de la
mesa ocupado unicamente por gentes de baja condicion: atletas de los que
manejaban la maquina monta-platos. Un doctor se fue despegando
lentamente del grupo que habia precedido a la litera de Momaren y
parecio seguir de espaldas, fingiendose distraido, la retirada de Ra-Ra.
El gigante sospecho que este universitario era la mujer amada de la que
habia hablado el proscrito en varios pasajes de su historia. Tal vez no
se habian visto en muchos meses. El joven doctor acababa de adivinar
indudablemente el rostro misterioso que ocultaban aquellos velos
pudicos, y parecia conmovido por la primera sorpresa de su
descubrimiento.
Sintio Edwin una tierna conmiseracion por los dos amantes, un deseo de
protegerlos, de facilitar su entrevista, y para ello dejo caer sobre la
mesa uno de sus brazos, colocandolo de modo que fuese como una barrera
entre el angulo donde quedaba la pareja con el grupo de servidores
forzudos y todo el resto de la planicie.
Los enamorados, al verse protegidos por esta muralla de carne y de
lienzo, sin miedo ya a la curiosidad del cortejo universitario,
corrieron el uno hacia el otro. El hombre echo atras sus velos
femeniles. Efectivamente, era Ra-Ra. Los dos se abrazaron y empezaron a
besarse, sin prestar atencion al grupo de atletas, que presenciaban sus
arrebatos con impasible estupidez.
Edwin creyo ver que era el doctor quien habia tomado la iniciativa, de
estas caricias, con una impetuosidad varonil. Pero esto no le produjo
extraneza alguna. Ya estaba acostumbrado a las tergiversaciones de este
mundo dominado por las mujeres. Lo que el deseaba era conocer el rostro
de la joven universitaria y oir lo que se decian ambos, pero no
resultaba empresa facil.
El profesor Flimnap seguia hablandole. Dulcemente, de los palidos
elogios a sus versos ingleses habia ido pasando a una segunda serie de
alabanzas para las obras de Momaren, y explicaba con profusion el rango
que correspondia a este autor en la historia literaria del pais.
Gillespie movio la cabeza afirmativamente para indicar que aceptaba
todas las palabras del orador. Luego fijo en el Padre de los Maestros
una mirada de vehemente admiracion, gracias a la cual pudo recobrar otra
vez su prestigio, pue
|