sona una reproduccion exacta, aunque en escala
reducidisima, de otra persona existente en el mundo de los gigantes
humanos.
El Padre de los Maestros era mistress Augusta Haynes, la madre de
Margaret.
Gillespie se imagino verla, a traves de unos gemelos puestos del reves,
vestida con un traje de doctor estrafalario y magnifico para asistir a
un baile de mascaras. Las dos tenian la misma majestad dura y aspera, un
perfil identico de ave de presa, igual volumen y una solemnidad
orgullosa en las palabras y los gestos.
Edwin creyo durante algunos momentos que aquella miniatura de mistress
Augusta Haynes iba a erguirse en su sillon para negarle por segunda vez
la mano de Margaret, afirmando que ella no podia transigir con los
hombres de espiritu novelesco que ignoran el medio de hacer dinero. Pero
la voz del profesor Flimnap le arranco de su asombro.
--Gentleman--dijo el traductor--: nuestro ilustre Padre de los Maestros
se ha dignado venir a visitarle a causa del gran interes que siente por
su persona. Si desea conocerle no es por la curiosidad que inspira al
vulgo la grandeza material, sino porque sabe que usted ha sido en su
patria un hombre de Universidad, un poeta, y considera deber de
companerismo darle la bienvenida a su llegada a este gran pais gobernado
por el mas inteligente de los sexos.
Siguio el profesor hablando en tono de conferencista, pues todo su
auditorio entendia el ingles con mas o menos facilidad y era capaz de
apreciar las florescencias de su estilo.
Cuando termino la enumeracion de los meritos de Momaren, de las glorias
del gobierno femenil y de los grandes adelantos intelectuales de su
raza, el gigante contesto a su vez con otro discurso, agradeciendo las
atenciones de que habia sido objeto desde su llegada involuntaria a esta
Republica y las que esperaba recibir en adelante, pero aludiendo de paso
con suavidad al disimulado encierro en que le tenian.
Luego, levantando una mano, que paso como la sombra de una nube sobre
los birretes de los doctores, senalo el libro multicolor traido por
Flimnap en la manana, y que estaba ahora caido sobre la mesa. Hizo un
elogio vehemente de las poesias de su ilustre visitante, declarando que
jamas en su existencia habia conocido nada comparable a ellas, y que
ninguno de los poetas de su pais podria igualarse con Momaren.
Aunque el Padre de los Maestros no era muy fuerte en el idioma sagrado
de los hombres de ciencia y entendia con dificultad el ingle
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