or toda gracia femenina. Otras eran
gruesas, pesadas y miopes, contemplandolo todo con asombro infantil, lo
mismo que si hubiesen caido en un mundo extrano al levantar su cabeza de
los libros.
Detras de este escuadron estudioso aparecio la litera en forma de
lechuza, dentro de la cual iba el ilustre Momaren. El profesor Flimnap
marchaba junto a la portezuela de la derecha, conversando con su ilustre
jefe, honor publico gozado por primera vez, que le hacia caminar
titubeante, con el rostro empalidecido por la emocion. Cerraban la
marcha graves matronas universitarias, con togas negras. Todas ellas
ostentaban en sus birretes los varios colores de las catorce Facultades
que clasifican la sabiduria entre los pigmeos.
El cortejo fue desapareciendo lentamente bajo la mesa. Sintio el gigante
una ruidosa agitacion junto a sus pies, pero hizo esfuerzos por
mantenerlos inmoviles, temiendo provocar una catastrofe. La avalancha de
visitantes se habia fraccionado para tomar los cuatro caminos en espiral
arrollados a las patas de la mesa.
Gillespie vio surgir por los escotillones a muchos servidores suyos,
hombres y mujeres, que se colocaron en uno de los lados de la planicie
de madera, esperando ordenes. Luego fueron saliendo de dos en dos los
doctores jovenes, yendo a situarse en el borde de la mesa, frente al
gigante. Muchos de ellos llevaban lentes de disminucion para examinarlo
detenidamente. Otros, los mas gallardos y de buen ver, reian y se
empujaban con el codo, mirando a ojos simples la cara de Gillespie y
haciendo suposiciones sobre sus enormidades ocultas, que provocaban el
escandalo y la protesta de sus companeras mas graves y virtuosas.
Aparecio, al fin, la litera del Padre de los Maestros, sostenida por
ocho universitarios jovenes, que jadeaban sudorosos despues de esta
ascension en espiral. Se abrio la portezuela de la caja portatil y salio
Momaren, con su birrete de cuatro borlas y una toga de cola larguisima,
que se apresuraron a sostener dos aprendices de profesor.
Fue avanzando solemnemente sobre la mesa, y detras de sus pasos todo el
acompanamiento final de graves doctores, que no ocultaban las arrugas y
las canas de sus rostros matroniles.
El profesor Flimnap corrio a colocar en el centro de la mesa un sillon,
que era el mismo que el habia ocupado al dar al gigante su leccion de
Historia. El alto personaje se sento en el, teniendo a un lado al
obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario perman
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