ovilizacion para reunir a todos los barberos y
hacerles trabajar en el servicio de la patria. Pensaba dividirlos en
varias secciones que diariamente cuidasen de la limpieza del rostro del
Gentleman-Montana, asi como de la corta del bosque de sus cabellos.
Al fin su tenacidad habia vencido la pereza tradicional de las distintas
oficinas por las que tuvo que pasar su demanda.
--Manana, gentleman, vendran a afeitarle y a cortarle el pelo. ?Donde
quiere usted que se realice la operacion?...
El prisionero prefirio el aire libre. Era un pretexto para permanecer
mas tiempo fuera de aquel local, cuyo techo parecia agobiarle, a pesar
de que se levantaba un metro por encima de su cabeza. Flimnap dio
ordenes para la gran operacion del dia siguiente, poniendo en movimiento
a la servidumbre del gigante. Pero estas ordenes, aunque el profesor
recomendo a su gente el mayor secreto, circularon por la ciudad.
Cuando los carpinteros, poco despues de la salida del sol, colocaron el
taburete del Hombre-Montana en medio de la meseta, al pie de la cual se
extendia el caserio de la Ciudad-Paraiso de las Mujeres, una muchedumbre
llenaba ya todo el declive, avanzando poco a poco hacia lo alto, a pesar
de los jinetes que intentaban mantenerla inmovil y a cierta distancia.
Los periodistas, siempre a caza de novedades, habian averiguado en la
noche anterior las disposiciones de Flimnap, y todos los diarios de la
capital anunciaron por la manana el primer rasuramiento y la primera
corta de cabellos del gigante despues de su llegada a las costas de la
Republica, lo que hizo que los desocupados acudiesen en grandes masas
para presenciar tan curioso espectaculo.
Gillespie mostro extraneza al salir de su alojamiento y ver a esta
muchedumbre inesperada. Pero el dia era hermoso, dentro de su encierro
habia una penumbra glacial, y creyo preferible sentarse al sol, teniendo
en torno a su taburete un espacio completamente libre de gente.
El alarido con que le saludo la muchedumbre extendida colina abajo fue a
modo de un saludo risueno. Sobre los miles de cabezas empezo a subir y
bajar una nube de gorras echadas en alto.
--iExcelente y simpatico pueblo!--dijo Gillespie, saludandole con una
mano.
Y mientras una nueva ovacion acogia estas palabras, ruidosas como un
trueno e incomprensibles para el publico, el gigante fue a sentarse en
su escabel.
La divertia contemplar como aquellos jinetes masculinos, barbudos y con
cimitarra, mandados po
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