llas se desarrollaba un continuo subir y bajar de seres
diminutos, agitandose como marineros que preparan una maniobra.
En cada uno de sus hombros se coloco un grupo de aquellos siervos medio
desnudos que se dedicaban a los trabajos de fuerza. Manteniendose sobre
estos lomos, curvos, resbaladizos y cubiertos de tela en la que hundian
sus pies, fueron desenvolviendo dos rollos de cable. Partieron de abajo
unos silbidos de aviso, y poco a poco izaron, a fuerza de biceps, una
enorme lona cuadrada, que servia de toldo en el patio del palacio del
gobierno cuando se celebraban fiestas oficiales durante el verano. Esta
tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navios
de linea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron
sobre los hombros del gigante, uniendolas por detras con varias espadas
que hacian oficio de alfileres. De este modo las ropas del
Hombre-Montana quedaban a cubierto de toda mancha durante la laboriosa
operacion.
Los barberos eran mujeres y pasaban de una docena. El mas antiguo de
ellos, de pie en uno de los hombros y rodeado de sus camaradas, daba
ordenes como un arquitecto que, montado en un andamio, examina y dispone
la reparacion de una catedral.
Empezaron los hombres de fuerza a tirar de otras cuerdas para subir al
extremo de ellas grandes cubos llenos de un liquido blanco y espeso. Al
mismo tiempo, por las escalas ascendian nuevos servidores llevando unas
escobas de crin sostenidas por mangos larguisimos. Estas escobas fueron
metidas en los cubos desbordantes de jabon liquido, y los servidores
empezaron a embadurnar con ellas las mejillas del gigante, consiguiendo,
despues de una energica rotacion, dejarlas cubiertas de colinas de
espuma.
La muchedumbre rio al ver la cara del coloso adornada con estas vedijas
blancas, y tal fue su entusiasmo, que, rompiendo con irresistible empuje
la linea de jinetes, llego hasta muy cerca de los enormes pies.
Mientras tanto, los maestros barberos empunaban dos largos palos
rematados por hojas ferreas, a modo de guadanas bien afiladas, que iban
a limpiar el rostro del gigante de su dura vegetacion. Cada uno de los
aparatos era manejado por tres barberos, que rascaban con energia este
cutis humano mas grueso que el de un elefante del pais, llevandose una
gruesa ola de espuma, con las canas negras de los pelos cortadas al
mismo tiempo.
Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montana, el desorden iba en
aumento. Los jinetes
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