u pequenez. Hasta creyo que su voz tenia el mismo timbre,
considerablemente debilitado. Parecia que era el mismo quien hablaba
desde una larga distancia.
De todas las maravillas que habia visto en la Republica de los pigmeos,
esta era la mas asombrosa. Lamento haber dejado dentro de la Galeria,
sobre su mesa, la lente de aumento regalo del profesor.
--?Quien es usted?--pregunto el gigante--. ?Como se llama? ?A que
familia pertenece?...
El hombrecillo, a pesar de que estaba en las alturas, miro en torno con
cierta inquietud, temiendo que alguien pudiese escucharle.
--Son demasiadas preguntas, gentleman, para que las conteste aqui--dijo
con una voz extremadamente debil, persistiendo en su miedo de ser
oido--. Bastele saber que mi protector es Flimnap, y que el me coloco
entre sus servidores despues de haberle prometido yo que nadie veria mi
rostro. Unicamente al notar la impaciencia del gentleman, y con el deseo
de serle util, me he atrevido a faltar a mi promesa. Le suplico que no
cuente nunca al profesor que me ha visto sin velos.
Iba a hablarle Gillespie, cuando llegaron a sus oidos los gritos de un
grupo de pigmeos que se agitaba junto a sus pies, mientras otros subian
ya por la escala de madera hasta una de sus rodillas.
Eran los barberos y sus servidores, que, una vez terminados los
preparativos de la operacion, querian empezarla cuanto antes. Algunos
tenian tienda abierta en la capital, y deseaban volver pronto a sus
establecimientos, donde les aguardaban los clientes. Estos trabajos
extraordinarios y patrioticos por orden del gobierno no eran dignos de
aprecio, pues se pagaban tarde y mal.
Gillespie hablo rapidamente al joven vestido de mujer, para convencerse
de que vivia cerca de el, en el mismo edificio.
--Cuando terminen de afeitarme--le ordeno--suba a mi mesa y
conversaremos solos. Me inspira usted cierto interes y quiero
preguntarle algunas cosas.
Suavemente bajo la mano, no hasta su rodilla, sino hasta el mismo suelo,
procurando, que el joven no sufriese rudos vaivenes en tal descenso.
Luego se entrego a los barberos que invadian su cuerpo. Flimnap no iba a
venir, y era inutil retardar la operacion.
Sintio como aquellos hombrecillos subian a la conquista de su rostro lo
mismo que un enjambre de insectos trepadores. Tenia ahora una escala
apoyada en cada una de sus rodillas; sobre los muslos se alzaban otras
escalas mas grandes, cuyo remate venia a apoyarse en sus hombros, y por
todas e
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