lugares de la Galeria, entre los esclavos ligeros de ropas que
formaban su servidumbre, otros varones encargados de labores menos rudas
y que iban con trajes de mujer, lo mismo que el protegido del profesor
Flimnap. Pero sentado a la mesa como estaba, por mas que puso la lente
aumentadora ante uno de sus ojos, no pudo reconocer al tal joven en
ninguno de los hombres envueltos en velos que pasaban por cerca de el,
ni tampoco entre los que se movian en el fondo del edificio, donde
estaban las enormes despensas para su manutencion.
Deseoso de verle, empezo a gritar lo mismo que en la manana, seguro de
que el traductor vendria en su auxilio.
--iProfesor Flimnap!... iQue busquen al profesor Flimnap!
Los numerosos pigmeos se miraron inquietos al oir este trueno que hacia
temblar el techo, profiriendo palabras incomprensibles. Al fin, por uno
de los cuatro escotillones que daban salida a los caminos en rampa
arrollados en torno a las patas de la mesa, vio aparecer al mismo
hombrecillo que le habia hablado horas antes.
Llegaba con el rostro oculto por sus tocas, y sin esperar a que
Gillespie le preguntase, explico a gritos la larga ausencia de Flimnap.
Este habia tenido que salir en las primeras horas de la manana para la
antigua capital de Blefuscu, pero volveria al dia siguiente. Con las
maquinas voladoras era facil dicho viaje, que en otras epocas exigia
mucho tiempo. El gobierno municipal de la citada ciudad le habia llamado
urgentemente para que diese una conferencia sobre el Hombre-Montana,
explicando sus costumbres y sus ideas.
--Esta conferencia--termino diciendo el pigmeo--se la pagan
esplendidamente, y como el doctor es pobre, no ha creido sensato
rechazar la invitacion. Parece que en otras ciudades importantes desean
oirle tambien, y le retribuiran con no menos generosidad. Celebro que el
ilustre profesor gane con esto mas dinero que con sus libros. iEs tan
bueno y merece tanto que la fortuna le proteja!...
Pero Gillespie no sentia en este momento ningun interes por su primitivo
traductor. Lo que le preocupaba era enterarse de la verdadera
personalidad del hombrecillo que tenia ante el.
Como si adivinase sus deseos, aparto el joven los velos que le cubrian
el rostro, y Gillespie se llevo inmediatamente a un ojo la lente
regalada por Flimnap.
Pudo ver entonces con dimensiones agrandadas, casi del tamano de un
hombre de su especie, a este pigmeo tan interesante para el. Era,
efectivamente, un Edwin Gi
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