vino a caer sobre la poetisa, doblandola
bajo su fardo asfixiante. Corrieron a salvarla los oficiales que habian
echado pie a tierra y muchos de los curiosos privilegiados. La gloriosa
mujer daba chillidos creyendose herida de muerte, y la muchedumbre, a
pesar de su admiracion, acabo por reir de ella con alegre irreverencia.
Al verse sentada otra vez en su carruaje, libre de aquella avalancha
fustigadora, igual a un haz enorme de canas, el susto que habia sufrido
se convirtio en orgullosa colera.
--iAnimal grosero!--grito ensenando el puno a Gillespie, como si este
fuese el autor del atentado contra su divina persona--.
iHipopotamo-Montana!... iHombre habias de ser!... iY pensar que un gran
pueblo se interesa por ti!...
Enardeciendose con sus propias palabras, dio un fuerte latigazo a una de
las pantorrillas del gigante. Despues envolvio en otro latigazo a sus
tres corceles humanos, y estos, que conocian el idioma de la
flagelacion, salieron al trote, haciendo pasar el carruajito entre la
muchedumbre.
La agresividad de la poetisa casi origino una catastrofe.
El Hombre-Montana, al sentir el escozor del latigazo en una pantorrilla,
se llevo a ella ambas manos, inclinandose. Los que trabajaban en la
cuspide de su craneo perdieron el equilibrio, agarrandose a tiempo a las
fuertes malezas capilares para no derrumbarse de una altura mortal. Dos
hombres forzudos que estaban sobre un hombro cayeron de cabeza, y se
hubieran hecho pedazos en el suelo de no quedar detenidos por un pliegue
de la enorme lona que cubria el pecho del gigante.
La escala apoyada en una de sus rodillas perdio el equilibrio,
derribando de sus corceles a tres de los jinetes barbudos y dejandoles
mal heridos. Varios de sus companeros desmontaron para llevarlos al
hospital mas proximo.
Descendieron los barberos de la cabeza del gigante, declarando terminada
la operacion. La caballeria dio una carga para ensanchar el trozo de
terreno libre y que el Hombre-Montana pudiera levantarse, volviendo a su
vivienda sin aplastar a los curiosos.
Asi termino el trabajo barberil, y la muchedumbre empezo a retirarse
satisfecha de lo que habia visto y proponiendose volver a presenciarlo
tan pronto como lo anunciasen los periodicos.
Comio Gillespie a mediodia, sin que el profesor Flimnap apareciese sobre
su mesa. Varias veces giro su vista en torno, buscando al hombrecito de
vestiduras femeniles que tan semejante era a el. Alcanzo a distinguir en
diversos
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