abandono del dia anterior iba describiendole el
aspecto del enorme publico y las salvas de aplausos con que fueron
acogidos sus periodos mas elocuentes.
--Gracias a usted--continuaba--soy celebre y tal vez sea rico. iQuien
sabe si usted se enriquecera tambien, como nunca lo hubiese conseguido
alla en su pais!
El buen profesor sentia despierta ahora su ambicion, viendolo todo con
proporciones exageradas. Una mujer de negocios de la capital le habia
hablado aquella manana de una empresa de ganancias fabulosas. Si el
Consejo Ejecutivo dejaba en libertad por algunos meses al
Hombre-Montana, esta y el profesor podian realizar una excursion por
toda la Republica dando conferencias. Flimnap haria un relato de cuanto
supiera sobre el pasado y las costumbres de su gigantesco amigo, y este
se mantendria a su lado para contestar con reverencias a las
aclamaciones de la muchedumbre. La financiera prometia una verdadera
fortuna para los dos como resultado del viaje.
Estaba tan seguro el profesor de una ganancia pronta y considerable, que
hasta habia encargado para el una maquina terrestre en forma de lechuza,
aunque mas pequena que la que le presto en diversas ocasiones el Padre
de los Maestros.
A la manana siguiente de su vuelta de la antigua capital de Blefuscu se
presento con un nuevo regalo para el coloso. Su amigo el profesor de
Fisica, que apenas si se acordaba ya del accidente maternal de pocos
dias antes, le habia fabricado un aparato para que Gillespie pudiese
escuchar considerablemente agrandados los ruidos que resultan ordinarios
en la vida de los pigmeos.
Era un cilindro de cristal no mas grande que una una del Hombre-Montana.
Al penetrar en la oreja aumentaba considerablemente su capacidad
auditiva, haciendo oir la voz de los hombrecillos aunque estos hablasen
quedamente.
Apenas lo puso Gillespie en el pabellon de uno de sus oidos, la Galeria,
que ordinariamente estaba en silencio para el, se poblo de murmullos y
gritos. Ya no vio agitarse a los pigmeos en torno de sus extremidades,
como si fuesen mudos y solo hablasen por senas; hasta de los terminos
mas apartados del edificio le llegaron olas rumorosas semejantes a los
murmullos que agitan los bosques, distinguiendo en ellas las palabras
ininteligibles que proferia su numerosa servidumbre.
--De este modo, gentleman--dijo el profesor--, podre conversar con usted
sin tener que levantar mucho la voz, lo mismo que si hablase con un ser
de mi especie. A vec
|