eran escasos para contener la creciente muchedumbre
de curiosos. Ademas hacian mayor la confusion muchas familias de la alta
sociedad, que, al enterarse por los periodicos de un espectaculo tan
inesperado, llegaban ansiosamente sobre sus rapidos vehiculos. Estas
gentes privilegiadas se iban colocando junto al coloso, sin que los
oficiales de la policia se atreviesen a hacerles retroceder.
Los barberos que trabajaban en una de las mejillas de Edwin, viendo su
guadana completamente cubierta de espuma, creyeron necesario limpiarla
con un palo antes de continuar su labor.
--iAtencion los de abajo!--grito el mas prudente.
Y desde la considerable altura de los hombros del gigante se desplomo
una bola espesa de jabon del tamano de dos o tres pigmeos. Este
proyectil atraveso el espacio como un bolido semiliquido, cayendo
precisamente sobre uno de aquellos jinetes barbudos y de voz atiplada
que movian su alfanje para que retrocediese la muchedumbre. iiChap!!...
El caballo doblo sus rodillas bajo el choque, para volver a levantarse
encabritado, emprendiendola a coces con los curiosos mas proximos.
Mientras tanto, el guerrero vestido de mujer hacia esfuerzos por
librarse de aquella envoltura pegajosa, en la que flotaban unos canones
duros, negros y cortos.
En el lado opuesto ocurria al mismo tiempo una catastrofe semejante.
Acababa de llegar en su litera, llevada por cuatro esclavos, la esposa
masculina del Gran Tesorero de la Republica: un varon bajo de estatura,
cuadrado de espaldas, barrigudo, y que asomaba su barba de pelos recios
entre blancas tocas.
--iOjo con lo que cae!--grito otro barbero al limpiar su guadana.
Y la nube de jabon vino a desplomarse precisamente sobre la litera de Su
Excelencia, que se volco bajo el golpe, derribando a dos de sus
portadores.
Tales incidentes obligaron a los jinetes de la policia a dar una carga,
haciendo retroceder a la muchedumbre. Volvio a abrirse un ancho espacio
en torno al coloso, y solo quedaron en este lugar descubierto los
vehiculos de las gentes distinguidas.
Asi pudieron los barberos continuar tranquilamente el rasuramiento de
Edwin, dejando caer sus proyectiles de espuma densa, que al esparcirse
sobre la tierra hacian saltar inquietos y asustados a los corceles de
los guardias. Cuando dieron por terminada esta operacion, se dedicaron
al corte de los cabellos del gigante, trabajo mas rudo y peligroso.
Armados de un sable corvo que llevaban sostenido entre los
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