reso de la ciencia es el que mas ha
favorecido nuestra emancipacion. Las mujeres solo tienen que preocuparse
por unas horas del acto maternal, e inmediatamente vuelven a sus
trabajos, sin guardar huella alguna del accidente. Mi colega el profesor
de Fisica debe estar a estas horas trabajando en su laboratorio.
--Pero ?quien cuida a los hijos?--pregunto el gigante.
--Les cuidan los varones, como es su deber. Antes de venir aqui he
visitado a la esposa masculina de mi colega el profesor de Fisica, que
estaba en la cama con su pequeno. Son los hombres los que se acuestan
para dar calor al recien nacido, mientras las mujeres vuelven a sus
funciones, momentaneamente interrumpidas, para ganar el dinero que
necesita la familia.
El gigante lanzo una carcajada que hizo temblar el techo de la Galeria,
levantando un eco tempestuoso. Despues, al serenarse, conto al profesor
que muchos pueblos salvajes, alla en la tierra de los gigantes, habian
seguido la misma costumbre.
--Es que esas pobres gentes--dijo el sabio con sequedad--presentian sin
saberlo el triunfo de las mujeres.
Su enfado por las risas del Gentleman-Montana no duro mucho. Ademas,
Gillespie, queriendo desenojarla, se coloco bajo una ceja la lente que
le habia regalado para que la contemplase. El enorme cristal estaba
pulido con una perfeccion digna de los ojos de los pigmeos, los cuales
podian distinguir las mas leves irregularidades de su concavidad.
Vio Edwin a su amiga, a traves del nitido redondel, considerablemente
agrandada. A pesar de su obesidad era relativamente joven, sin una
arruga en el placido rostro ni una cana en la corta melena. Gillespie,
que la creia de edad madura, no le dio ahora mas de treinta anos, y
acabo por sonreir, agradeciendo la mirada de simpatia y admiracion que
el profesor le enviaba a traves de sus anteojos de miope.
Luego se dio cuenta de que el profesor, a pesar de la severidad de su
traje, llevaba sobre su pecho un gran ramillete de flores. Flimnap acabo
por depositarlo en una mano del gigante, acompanando esta ofrenda con
una nueva mirada de ternura.
Lo unico que turbaba su dulce entusiasmo era ver que la cara del coloso
se hacia mas fea por momentos. Aquellas lanzas de hierro que iban
surgiendo de los orificios epidermicos tenian ya la longitud de la mitad
de uno de sus brazos. Habia dirigido en las ultimas veinticuatro horas
dos memoriales al Consejo que gobernaba la ciudad pidiendo que le
facilitase una orden de m
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