humanos, y este
aislamiento nos hace retroceder poco a poco a la vida barbara.
Nuestras pasiones, domesticadas por la existencia en las ciudades,
pierden aqui su educacion y saltan en libertad. Mucho cuidado con
ellas; es peligroso tomarlas con motivo de juego.
Elena rio de sus temores, y hubo en su risa cierto desprecio, no
pudiendo comprender tal pusilanimidad en un hombre fuerte.
--Dejeme que tenga mi corte. Necesito estar rodeada de admiradores,
como les ocurre a los grandes artistas vanidosos. ?Que seria de mi si
me faltase el placer de la coqueteria?...
Luego anadio, frunciendo el ceno y con voz irritada:
--?Que otra cosa puedo hacer aqui? Ustedes tienen el trabajo que les
distrae, sus luchas con el rio, las exigencias de los obreros. Yo me
aburro durante el dia; hay tardes que pienso en la posibilidad de
matarme; y unicamente cuando llega la noche y se presentan mis
admiradores encuentro un poco tolerable mi destierro... En otro sitio
tal vez me hiciesen reir esos hombres; pero aqui me interesan.
Resultan un verdadero hallazgo en esta soledad.
Miro con una ironia risuena hacia donde estaban sus tres solicitantes,
y continuo:
--No tema usted, Robledo, que pierda la cabeza por ellos. Me doy
cuenta de mi situacion.
Se comparaba con un viajero de la altiplanicie patagonica que no
llevase mas que un cartucho en su revolver y se viera atacado por un
grupo de vagabundos de los que merodean cerca de la Cordillera. De
hacer fuego, solo podia derribar a un enemigo, arrojandose los otros
sobre el al verle indefenso. Era preferible prolongar la situacion
amenazandolos a todos, pero sin disparar.
--Me causa risa el pensamiento de que yo pudiera decidirme por uno de
ellos. No son estos hombres los que me haran perder la cabeza. Pero
aunque alguno de los tres me interesase, guardaria mi prudencia,
temiendo lo que harian o dirian los demas al verse desahuciados. Es
mejor mantenerlos a todos en la inquieta felicidad de la esperanza.
Y notando que su larga conversacion con el espanol producia malestar y
escandalo en los otros visitantes, se levanto para ir hacia ellos.
--?Quien de ustedes me da un cigarrillo?...
Los tres salieron a su encuentro a la vez, ofreciendo sus pitilleras,
y la rodearon como si quisieran disputarse a golpes sus palabras y sus
gestos.
La primera tertulia de la marquesa de Torrebianca termino despues de
media noche, hora inusitada en aquel destierro. Solamente ciertos
sabados, en
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