enalando una de
las ventanas iluminadas, dijo con entusiasmo:
--iQue voz de angel!... iQue alma de artista!
Volvio Robledo a levantar los hombros, y los dos entraron en la casa.
Al llegar al salon se unieron a los tres varones que escuchaban
inmoviles y apenas Elena hubo lanzado la ultima nota de su romanza, el
italiano empezo a aplaudir y a dar gritos de entusiasmo. Canterac y el
oficinista, por no ser menos, prorrumpieron igualmente en
manifestaciones de admiracion, expresandolas cada uno con arreglo a su
caracter.
En la nueva casa las reuniones iban a ser menos simples y austeras que
en el alojamiento de Robledo. Sebastiana, que solo creia en el mate,
remedio, segun ella, de toda clase de enfermedades y suprema delicia
del paladar tuvo que servir a los invitados, ayudada por dos criaditas
mestizas, varias tazas de agua caliente con una cosa llamada te.
Fingiendo ocuparse de la buena marcha del servicio, evoluciono Elena
entre aquellos tres hombres que la seguian avidamente con los ojos,
mientras vacilaban las tazas en sus manos, derramando a veces su
contenido sobre los platillos. Los tres admiradores intentaron
repetidas veces conversar con ella; pero era tan habil para repelerlos
dulcemente, que acababan por dialogar con su marido. En cambio, la
marquesa buscaba al unico hombre que no habia mostrado interes en
hablarla. Al fin consiguio en una de sus evoluciones sentarse a un
extremo del salon, con Robledo al lado de ella.
--Indudablemente, Watson no ha querido venir--dijo al espanol--. Cada
vez estoy mas convencida de que no le soy simpatica a el... ni tampoco
a usted.
Robledo se defendio de esta acusacion con gestos mas que con palabras;
pero como ella insistiese en presentarse cual una victima de la
injusta antipatia de los dos asociados, el ingeniero acabo por
contestar:
--Watson y yo somos amigos de su marido, y nos da miedo ver la
ligereza con que hace concebir usted ciertas esperanzas, tal vez
equivocadas, a los que la visitan.
Elena empezo a reir, como si la regocijasen las palabras de Robledo y
el tono de gravedad con que las habia dicho.
--No tema usted. Una mujer que no ha nacido ayer y conoce el mundo,
como yo lo conozco, no va a comprometerse y a hacer locuras por esos.
Y abarco en una mirada ironica a sus tres pretendientes, que seguian
al lado del marques.
--Yo no supongo nada--dijo Robledo en el mismo tono--. Veo lo
presente, como vi otras cosas en Paris... y me da miedo
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