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sus codazos. Elena, sentada al piano, cantaba romanzas sentimentales mientras iban llegando sus invitados. Los primeros en presentarse fueron el ingeniero frances y Moreno. Este ultimo, para completar el frac, oculto bajo su gaban, habia creido necesario ponerse un sombrero de copa. El no era como Pirovani, que se presentaba vistiendo traje de etiqueta y tocado con un sombrero flexible. La senora marquesa, por ser dama del gran mundo, debia haberse fijado, indudablemente, en estas faltas de elegancia. Canterac, al pisar el primer peldano de madera, se detuvo para decir a su companero: --No debia entrar. Esta casa pertenece al intrigante Pirovani, hombre que aborrezco... Pero temo que la marquesa se queje si no me ve en su reunion. Moreno, que era amigo de todos y no llegaba a enfadarse verdaderamente con nadie, creyo necesario defender al ausente. --iSi ese italiano es una buena persona!... Tengo la certeza de que le quiere a usted mucho. Pero Canterac no podia admitir palabras conciliadoras. --Es un hombre falto de tacto, que se empena en atravesarse en mi camino... Esto acabara mal para el. Entraron en la casa, y el marques vino a saludarles en el recibimiento. Luego pasaron al salon, quedando los tres inmoviles, mientras Elena continuaba su canto como si no los hubiese oido llegar. Otros dos invitados se encontraron frente a la casa: Robledo y Pirovani. Este llevaba un gaban de pieles nuevo sobre el frac y se cubria con un sombrero de copa no menos flamante, pedido a Bahia Blanca por telegrafo, como si un duende familiar le hubiese avisado los malos comentarios de su amigo Moreno. De los grupos de curiosos, medio ocultos en la sombra, partieron risas y cuchicheos. Unos se burlaban del tubo de seda brillante que el contratista se habia puesto en la cabeza; otros lo admiraban con orgullo egoista, como si el tal sombrero aumentase la importancia de la vida en el desierto. --Vengo de visita a mi propia casa--dijo Pirovani con el deseo de que el otro admirase su generosidad. --Ha hecho usted mal en cederla--se limito a contestar Robledo. El italiano tomo un aire de hombre superior. --Convendra usted en que su casa no era la mas adecuada para que viviese en ella tan gran senora. Yo, aunque no he estudiado, conozco los deberes de un hombre de buena educacion, y por eso... Robledo levanto los hombros y siguio adelante, como si no quisiera escucharlo. El contratista marcho detras de el, y, s
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