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de su nueva casa, abria el piano, dejando que sus dedos corriesen sobre las teclas. Asi pasaba las horas, recordando romanzas de su juventud, casi ignoradas por la generacion que habia seguido a la suya, o repitiendo la musica que era de moda cuando ella huyo de Paris. Muchas veces, entusiasmada por estas evocaciones del pasado, sentia la necesidad de unir su voz a la del instrumento. Sus cantos hacian que Sebastiana y las otras criadas abandonasen los trabajos en el corral, avanzando lentamente hacia el interior de la casa con la expresion de amansamiento de las bestias subyugadas por la voz y la lira de Orfeo. Una parte del vecindario sentia igualmente esta atraccion. Apenas cerrada la noche, cuando los trabajadores habian terminado su cena, muchos chiquillos y mujeres se encaminaban a la casa de Pirovani, sentandose en el suelo a alguna distancia de ella, para contemplar las ventanas, levemente tenidas de rojo. Si algunos ninos impacientes empezaban a perseguirse en sus juegos, las madres les imponian silencio: --iCallad, malditos, que la senora va a cantar!... Y se estremecian con una emocion religiosa al oir los sonidos del piano y la voz de Elena. Era como la melodia de un mundo lejanisimo que iba llegando a traves de las paredes de madera hasta esta muchedumbre simple de gustos, que en punto a musica llevaba varios anos sin oir otra que la de las guitarras del boliche. Algunos hombres venian a unirse al publico rudo, enardecidos por un sentimiento en el que se mezclaban la admiracion y el deseo. Los mismos que habian mirado con indiferencia a la nina de la estancia de Rojas por parecerles un muchacho, se entusiasmaban viendo pasar a caballo, con falda de amazona, a la marquesa de Torrebianca. --Eso es una mujer... iVaya unas curvas! Y al oir su canto, quedaban como embobados por una delicia voluptuosa. Segun ellos, solo una mujer de gran hermosura podia cantar asi. Una semana despues de haberse instalado los Torrebianca en la nueva vivienda anuncio Sebastiana a sus amigas que la senorona, a partir de aquella noche, iba a recibir diariamente a sus amistades, lo mismo que hacian las damas ricas de Buenos Aires. Este anuncio sirvio para que las comadres de la Presa se imaginasen algo nunca visto; y despues de la cena empezaron a formarse grupos de curiosos frente a las ventanas iluminadas. Algunas mujeres se ponian una mano junto al oido pura escuchar mejor, imponiendo silencio a las companeras con
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