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de gustos ordinarios. No le era antipatico; pero nunca le admitiria
como un igual.
Elena acabo por irritarse, cansada de sus protestas.
--Tu amigo Robledo nos protege, y sin embargo no se te ocurre por eso
que pueda murmurar la gente... ?Que tiene de extraordinario que un
amigo nuevo nos demuestre su simpatia cediendonos su casa?
Estaba tan acostumbrado Torrebianca a obedecer a su esposa, que
bastaron las ultimas palabras de ella para quebrantar su resistencia.
Sin embargo, aun insistio en sus negativas, y Elena anadio para
convencerle:
--Comprendo tus escrupulos, si la casa fuese regalada; pero es
simplemente alquilada. Asi se lo he dicho a Pirovani. Tu le pagaras el
alquiler cuando la empresa dirigida por Robledo retribuya tus
trabajos.
El marques lo acepto todo al fin, con un gesto de resignacion. Parecia
mas viejo y mas desalentado, como si le royese lentamente una dolencia
moral.
--Hagase lo que tu quieras. Mi unico deseo es verte feliz.
Al dia siguiente visito su esposa la casa de Pirovani, para conocerla
por entero antes de proceder a su instalacion en ella.
La recibio el contratista en lo alto de la escalinata, acompanandola
despues por las diversas habitaciones, palido de emocion al verse a
solas con la "senora marquesa". Esta, para darse aires de duena,
ordeno inmediatamente a la servidumbre que cambiase algunos muebles de
sitio. El italiano elogio su buen gusto de gran dama, guinando un ojo
a la mestiza, su ama de llaves, para que se uniese a esta admiracion.
Llegaron al dormitorio que habia sido del italiano y en adelante seria
de ella. Encima de todos los muebles habia grandes paquetes en papel
fino, atados y sellados de los que se desprendian gratos olores. Los
fue abriendo el contratista, y quedaron visibles docenas de frascos
de esencias y de cajas de jabon, asi como otros articulos de tocador;
todo el encargo enorme hecho a Buenos Aires, que parecia acariciar los
ojos con el brillo de sus botellitas de cristal tallado, de sus
estuches con forros de seda y pieles finas, de sus etiquetas de oro,
al mismo tiempo que cosquilleaban el olfato unos perfumes de jardin
sobrenatural.
Ella iba de asombro en asombro, y acabo por reir, lanzando
exclamaciones alegres e ironicas.
--iQue generosidad!... Hay para poner una tienda de perfumista.
Pirovani, cada vez mas palido, enardecido por esta sonrisa y por la
soledad, intento aproximar su boca a la de ella, besandola. Pero como
E
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