retenerse en contar algo. A veces, la ola
entraba sobre cubierta y me calaba por completo.
La noche estaba muy negra, el viento soplaba con furia, nubarrones
obscuros se extendian por el cielo y dejaban espacios mas claros, donde
brillaba un grupo de estrellas.
Hice un esfuerzo y me quite el panuelo de la boca. Respire a pleno
pulmon. Luego pense con frialdad:
--?Que querian de mi aquellos hombres? Si Machin hubiera pensado echarme
al agua, ?que esperaba?
Atravesamos la barra dando terribles bandazos, ibamos escalando una tras
otra aquellas montanas de agua y bajando despues a los profundos
abismos.
La obscuridad era tan grande que no se veia por encima de la borda mas
que la espuma de las olas, que fosforecia en las tinieblas.
Hice un esfuerzo para volverme y mirar hacia el frente. A dos metros mas
alla del foque dominaban las tinieblas y las olas obscuras, en su
concierto continuo de ruidos y de murmullos.
Una hora despues estabamos delante de Frayburu. No se como pudo atracar
Machin en la roca, en aquella obscuridad, con la terrible marejada.
Demostro que era un piloto atrevido.
Hizo encallar la proa de la pequena goleta en el arenal de Frayburu.
--Cogedle--dijo Machin a los suyos--y dejadle ahi arriba. Puedes hacer
reflexiones durante una temporada--anadio, dirigiendose a mi con
ironia--. Ya sabes que esa mujer no es para ti. Que te conste. Hoy me
contento con dejarte aqui para que vayas madurando tus ideas; otro dia
iras a hacer compania a los peces.
Yo le mire estoicamente y no le conteste. ?Para que protestar, si mi
protesta no iba a servir de nada?
Los dos marineros se metieron en el agua, me cogieron, el uno de los
hombros y el otro de los pies, y con grandes esfuerzos me subieron a una
meseta de la roca y me dejaron tendido entre malezas y zarzales.
Luego saltaron los dos al barco y oi el ruido que hacian al alejarse.
--Buenas noches--me dijo Machin burlonamente.
Segui cultivando mi estoicismo; recorde que debia tener un cortaplumas
en el bolsillo, y esta idea me animo a esforzarme para soltar la
ligadura de las manos.
La noche estaba tan negra que no veia donde ni como me encontraba; tenia
miedo de caer al mar en un movimiento brusco. Las olas rugian en la
obscuridad a pocos pasos de mi, de una manera lamentable y desesperada.
Tras de muchos esfuerzos y afanes, desollandome una mano, pude soltarla
de la ligadura. Registre mis bolsillos y encontre el cortaplumas. Lo
abri y c
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