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res juntos y tengamos la misma suerte; pero hay que someterse a una direccion; si no, es imposible. -Tu mandas-me dijeron los dos-. Te obedeceremos. -?De manera que me nombrais el jefe? -Si. -Bueno. Pues desde ahora os advierto que me separare del que no siga mis ordenes, sea en el camino, en el mar o en cualquier parte. -Los dos se comprometieron a obedecerme ciegamente. Al otro dia le hable al capataz. Le dije que, efectivamente, habiamos estado en un ponton presos por cuestiones politicas; que habiamos visto rondando la finca a uno de la policia inglesa, y que teniamos que marcharnos. Anadi que estabamos muy contentos de su acogida y que le suplicabamos que, si le preguntaban algo de nosotros, no dijera nada. El capataz, que era de estos irlandeses que tienen un odio furioso a Inglaterra, nos prometio que no solo no diria nada, sino que si veia algun espia en la finca lo zambulliria en el estanque. Salimos de alla; pensabamos ir al sur, por la costa, a ganar Wexford, en donde podriamos tomar un barco que nos dejara en el continente. Echamos a andar. Era un dia de otono muy melancolico; el cielo estaba obscuro; lloviznaba; los cuervos pasaban graznando por el aire. Los arboles se despojaban de sus hojas rojizas y amarillas, cubriendo el campo con ellas; las rafagas de viento las llevaban de aca para alla por el camino; habia un olor otonal de hierba marchita, de helecho mojado y de hojas humedas. Marchabamos por la orilla del mar, subiendo y bajando por una sucesion de colinas de poca altura, cubiertas de matorrales. Veiamos a lo lejos ruinas negruzcas de algun castillo, casas de campo, cuyas chimeneas arrojaban columnas de humo en el aire, verdes praderas, lomas tambien verdes y algunos bosques espesos y sombrios. El primer dia, por la tarde, comenzaron las reyertas entre Ugarte y Allen. Renian por cualquier cosa. Como era natural, el irlandes, encontrandose en su pais, lo conocia mejor y tenia mas simpatias que nosotros. Ugarte consideraba este hecho tan logico como un insulto que nos dirigian a el y a mi. Les adverti que, si seguian rinendo, les abandonaba y me iba solo. Se calmaron un tanto y cesaron en su disputa. Al anochecer alcanzamos a unos enormes rebanos de ovejas. Allen se hizo amigo de los pastores. Con ellos llegamos a una venta del camino que se llamaba la Campana Azul. Desde su portalada se divisaba el mar y los cantiles y rocas de la costa. Los dias siguientes, la compan
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