ses vivia en Liverpool
humildemente, estaba de empleado en un almacen e iba a casarme, cuando
conoci a un viejo irlandes, hermano de la madre de mi novia. Este
irlandes se llamaba Patricio Allen.
--iPatricio Allen!--exclame yo--. iEl que ha vivido tanto tiempo aqui!
El mismo. Allen llego a casa de su hermana y conto la historia del
tesoro del capitan Zaldumbide; dijo como usted le habia dado la
indicacion exacta del lugar, que estaba escrita en vasco en un
devocionario. Desde aquel dia, la casa de mi novia se transformo; mi
novia, sus hermanos, la familia entera no veia mas que millones por
todas partes. Me encargaron de buscar un socio capitalista que pusiera
los medios necesarios para ir adonde esta el tesoro; y yo encontre al
senor Smiles.
--iPresente!--dijo el hombre alto y rojo, llevandose la mano a la cabeza
y haciendo un saludo militar.
--Bueno. Callese usted--replico el joven moreno--. Como decia, encontre
al senor Smiles, que tenia un _saloom bar_ en Liverpool. El senor Smiles
traspaso su establecimiento, yo abandone mi empleo, y, en compania de
Allen, los tres bien armadas, fuimos a Las Palmas. Aqui alquilamos una
goleta, con tripulacion y todo, y nos dirigimos al rio Nun. El patron de
la goleta tenia la orden de esperarnos durante una semana cerca de la
desembocadura del rio, y, en el caso de que no aparecieramos, volver
durante seis meses en el periodo de luna llena. Abandonamos la goleta, y
en un bote remontamos el rio, hasta llegar frente a las ruinas de una
fortaleza que se levantaba en un cerro. Dejamos el bote atado a un arbol
de la orilla, y escondiendonos entre las penas con grandes precauciones,
subimos el cerro, hasta llegar al castillo arruinado. No nos habiamos
topado con nadie. Por lo que dijo Allen, teniamos que encontrar entre
aquellas paredes un muro en donde estuviera esculpido un elefante. El
primero que lo vio fui yo.
--Ahi esta--grite.
Allen se acerco al muro, se puso de espaldas a el y saco un pequeno
anteojo de bolsillo. Estabamos Smiles y yo mirandole con ansia, cuando
vimos que dos hombres blancos se arrastraban por detras de un muro a
observar lo que hacia Allen. Al ver que nos habiamos dado cuenta de su
espionaje, los hombres se abalanzaron sobre nosotros, y tras ellos diez
o doce moros que estaban escondidos. No tuvimos tiempo de hacer uso de
nuestras armas, y quedamos prisioneros.
[Ilustracion]
Por lo que dijo Allen, los dos blancos eran, uno, Ryp Timmermans, el
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