cto del mar iba siendo cada vez peor. Segun dijo el atalayero,
quedaban aun cuatro lanchas fuera del puerto.
Vi como se acercaban dos en medio de las olas. El atalayero, con la
bocina, les mando pararse, y, cuando vio la ocasion propicia, grito:
iAvante!
Las dos lanchas, danzando en el agua, desapareciendo entre las espumas,
se acercaron a la barra, atravesaron las puntas y entraron en el puerto.
--Las otras estan alla--me dijo el atalayero, senalandolas--; seria
preferible que se alejaran a coger Guetaria. Deben venir cansados. Si
pretenden entrar aqui, se van a perder. ?Quiere usted decirle a
Larragoyen, el patron, que prepare el bote de salvavidas?
--Si, hombre.
Sali de la atalaya, cruce el Rompeolas. El mar saltaba por los malecones
y llegaba hasta las mismas casas, haciendo un ruido de terremoto.
Metiendome por el agua, llegue hasta el angulo del muelle y dije a los
pescadores lo que pasaba, lo que me habia dicho el atalayero. Se solto
el bote de salvavidas. Larragoyen y otros marineros fueron entrando, a
pesar de los gritos de sus mujeres. A mi me miraban, como diciendo: ?Que
ira a hacer este? Salte al bote, y Larragoyen, con una galanteria
marina, me dijo que dirigiera yo. La lancha no tenia timon. Para
momentos peligrosos, es mas conveniente un remo largo, bien sujeto a
popa, haciendo de espadilla. Todas las mujeres y chicos nos contemplaban
con ansia. Era un momento aquel por el cual yo tenia la certidumbre de
que habia de pasar alguna vez en mi vida.
Quiza mi sino era morir asi, en el mar, de heroe, y que los chicos de mi
pueblo hablaran de Shanti Andia como de un personaje de leyenda.
La primera impresion al entrar en el bote fue de sofocacion; los
sudestes y Ciras de los pescadores echaban un olor, mezcla de aceite de
linaza, de pescado frito y de agua de mar, muy desagradable.
[Ilustracion]
Esperamos a ver lo que ocurria, los seis hombres en los remos; yo, de
pie, en el timon. Una de las barcas paso; la otra, segun dijeron, se
perdia.
--iHala! iFuera!--dije yo.
Salimos de las puntas. El horizonte se llenaba de nubes negras, cuyas
formas cambiaban continuamente; a lo lejos, en el fondo del cielo, cerca
del agua, se veia una barra negrisima, cuyo borde superior tenia un
tinte cobrizo. Las olas, enormes, amarillas, venian de tres o cuatro
partes diferentes y se rompian en un torbellino de espumas.
En este momento, Larragoyen, quitandose la boina, dijo:
--Un padrenuestro por el prim
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