o sistema de paradas metodicas, pudimos resistir mas de
dos horas nadando.
Serian las diez de la noche cuando llegamos al borde del pantano. La
corriente del rio separaba las aguas del mar del terreno cenagoso.
Cruzamos el rio, que estaba helado, y entramos en la zona del fango. Al
principio, era imposible marchar sobre aquel legamo liquido; pero a los
cuatro o cinco metros se espesaba. Nos metimos valientemente en el
pantano, hasta llegar a una zona en que era lo bastante espeso para
sostener el cuerpo de un hombre, aunque no para permitirle andar.
Echados en el lodo, nos atamos a los pies, unos a otros, las suelas de
madera; luego, nos levantamos los tres, y comenzamos a andar en fila,
agarrados. El olor de aquella masa fetida de cieno nos mareaba. Hubo
momentos en que nos hundimos en agujeros viscosos y blandos; y cayendo y
levantandonos, con barro hasta la coronilla, llegamos a tocar tierra
firme en una punta arenosa.
Anduvimos por la costa. Alli no estaba el bote; o se lo habian llevado o
nos habiamos despistado de noche.
Ugarte se puso a blasfemar y a lamentarse de su suerte. Allen le dijo
que se callara; la Providencia nos estaba favoreciendo, y blasfemar asi
era desafiar a Dios.
Ugarte le contesto sarcasticamente, y hubieran llegado a las manos, a no
ponerme yo en medio a tranquilizarlos.
--Si vierais lo ridiculos que estais con ese caparazon de barro, negro
como el de un cangrejo, no os pondriais a renir.
Dimos vuelta a la punta arenosa en que nos encontrabamos, y llegamos a
una playa en donde el agua estaba limpia. Nos lavamos lo mejor que
pudimos, frotandonos con manojos de hierbas para quitarnos la capa de
grasa y barro que nos cubria, y nos pusimos la ropa. No sabiamos que
hacer: si echar a andar o esperar a que llegara la manana. Por gusto,
hubieramos comenzado a marchar inmediatamente, pero nos retenia la
esperanza de encontrar el bote visto el dia anterior por Allen.
Decidimos, por ultimo, quedarnos, y estuvimos en aquel mismo sitio
esperando a que se hiciera de dia.
V
A LA DERIVA
Por fin, despues de aquella larguisima noche, comenzo a aclararse la
bruma y se presento la manana, una manana triste, de un color sucio,
como envuelta en lluvia y en barro. Los cuervos pasaron por encima de
nuestras cabezas lanzando gritos estridentes. Parecian lamentarse de no
ver nuestros cadaveres sobre el cieno inmundo de los pantanos.
Allen vio de pronto el bote en una punta proxima.
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