sforos en intentar encender hierbas demasiado
humedas, y fui cortando las zarzas y los hierbajos mas secos con el
cortaplumas, y los puse en una concavidad de la roca resguardada del
viento.
Espere a que saliera el sol y secara un poco la maleza cortada.
Intente encenderla sin papel; no pude. Me registre los bolsillos.
Guardaba unas cuantas cartas de Mary. Era indispensable, habia que
sacrificarlas. Encendi una, luego otra, y a la cuarta, una hermosa
hoguera se levanto del penasco.
iQue afecto mas extrano debia producir desde lejos esta roca solitaria,
con su penacho de humo en el aire!
--A ver si los que ven el humo creen que es algo diabolico y no se
atreven a venir--pensaba yo.
Realmente, aquella llama en el vertice de la roca debia tener el aspecto
de algo sagrado y religioso.
Cuando se calento el hornillo de la roca, ardian lo mismo las hierbas
secas que las verdes; pero pronto deje talado todo el penasco, sin el
menor rastro de vegetacion.
Paso una hora y otra; llego el mediodia. Impaciente, escudrinaba el mar.
Nadie se acercaba. Desalentado, en un momento de cansancio y de
debilidad, me tendi al sol y quede dormitando. Me desperto una voz y el
ruido de los remos. Una trainera llegaba en mi auxilio. En ella venia
Agapito, el novio de Genoveva, y otros marineros. Al verme tendido se
asustaron, creyendome muerto.
Unos chicos de un bote contaron espantados en Luzaro que habian visto
fuego en Frayburu.
Mary, mi novia, les insto a Agapito y a sus amigos a que se acercaran a
Frayburu, suponiendo que quiza fuera yo el que me encontraba en el
penasco.
No quise decir quien habia sido mi secuestrador; pero todo el mundo lo
comprendio.
Los de la lancha me dijeron que me limpiara la frente, pues la tenia
manchada de gotas de sangre por los pinchazos de las zarzas.
Al llegar al muelle vi a mi madre y a Mary, que me esperaban. Las dos me
abrazaron llorando.
--Ahora, abrazaos vosotras--les dije yo.
Y mi madre estrecho a Mary contra su pecho y la beso varias veces
efusivamente.
El juez me interrogo por si sospechaba quien podia ser el secuestrador,
pero yo declare que no tenia ningun indicio.
Despues supe que la maquinacion de Machin no se habia limitado a
llevarme a mi a Frayburu. La misma manana envio una carta a Mary,
citandola a la salida del pueblo, firmada con mi nombre; pero la
Cashilda y mi novia sospecharon un lazo, e, interrogando al chico que
llevo la carta, averiguaron que proced
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