ia tambien aproximadamente un ano que habia muerto el padre de
Mary, y tenia que entregar a Machin el sobre de mi tio Juan. Mi tio me
recomendo que se lo diera en su mano, y pense hacer las dos cosas al
mismo tiempo: entregarle el sobre y desafiarle.
No se como se entero el medico viejo de mi resolucion; el caso fue que
dijo que tenia que acompanarme.
Yo me opuse, pero al fin me convencio. Fuimos juntos a Izarte, en coche.
Paramos en casa de Machin y subimos los dos a su despacho. Me choco ver
a mi enemigo de cerca. En poco tiempo se habia avejentado. Quiza, en
vista de su aire miserable, parte de mi colera desaparecio. Machin nos
miro con aire sombrio, nos saludo y nos dijo:
--?Que querian ustedes?
--Este senor tiene que hablarle--contesto secamente el doctor--. Yo le
hablare despues.
Machin levanto la cabeza, asombrado del tono del medico, dispuesto, sin
duda, a replicar con violencia; pero se callo.
--Yo vengo a hacer dos cosas--dije yo--. La una, entregarle a usted
este sobre del difunto padre de Mary.
--?A mi?--pregunto el en el colmo del asombro.
--Si, a usted--y saque el sobre y lo deje encima de la mesa.
--Esta bien, muchas gracias--murmuro el.
--La otra, que no emplee usted medios tan miserables y tan indignos como
este--y eche el periodico al suelo.
Las mejillas palidas de Machin tomaron un tono rojo, sus pupilas
fulguraron; pero no replico.
--Yo tambien tengo que hablar con usted--dijo el doctor, con severidad.
--Muy bien. Si usted quiere, ire a su casa esta tarde.
--?A que hora?
--A las cuatro, si le parece bien.
--Bueno.
--Pues a esa hora alli estare.
El doctor y yo nos levantamos, dejamos a Machin entregado a su
desesperacion, y nos fuimos.
V
LA TEMPESTAD
Unos dias despues, una manana de octubre, me desperte con el ruido
furioso del viento.
--Hoy debe estar el mar digno de verse--me dije a mi mismo, y aunque
todavia no habia aclarado, me vesti, me puse el impermeable y me eche a
la calle.
Amanecia una manana imponente, con un temporal deshecho. El viento mugia
en las calles. Las mujeres y chicos de los pescadores que habian salido
al mar estaban en el Rompeolas y en el muelle contemplando el horizonte
en actitud de tragica desesperacion.
Recorri el muelle luchando con las rafagas de aire y subi al cobertizo
del atalayero en el Rompeolas.
El viejo, con su gorra calada hasta las orejas, envuelto en el sudeste,
se asomaba a una de las ventana
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