resistir; se
rindio y dijo que conseguiria la sumision inmediata de sus paisanos.
Efectivamente, asi fue. Resuelto este punto importante, fuimos al
castillo de proa, en donde se habian fortificado los portugueses.
Tristan llamo a Silva Coelho, y le dijo que eramos mas que ellos y que
estabamos armados; anadio que no pensabamos atacarlos; podian hacer lo
que quisieran. Los portugueses optaron por rendirse.
Tristan de Ugarte, ya capitan de hecho, mando coger a todos los chinos y
bajarlos a la bodega. Se echaron los muertos de la ultima refriega al
mar y se descolgo el cadaver de Zaldumbide y el del doctor Cornelius.
A este lo habian puesto una pipa en la boca y tenia el vientre hinchado.
Se echaron tambien los cuerpos del capitan y del doctor a que sirvieran
de pasto a los peces. Se cerraron las escotillas y se dieron ordenes
para comenzar el arreglo de todo.
Al encontrarse de nuevo unidos holandeses y portugueses, comenzo otra
vez la hostilidad, y para zanjarla decidieron los dos grupos elegir a la
suerte un campeon para que se batieran.
Chim, el malayo, estaba con los holandeses; en cambio, el negro
Demostenes era del partido portugues; podia suceder que a los dos amigos
les tocara en suerte batirse; pero no fue asi. Se jugo a cara y cruz con
una moneda y salieron elegidos Chim, el malayo, y Silva Coelho.
Tristan no tuvo mas remedio que dejar hacer, y se retiro a su camara. Yo
me quede a presenciar la lucha. Era al comenzar el alba. En el cielo
aparecian celajes espesos y desgarrados que anunciaban viento.
Los dos hombres desafiados eran fuertes, astutos y manejaban el cuchillo
con habilidad. Se les dejo a los dos una chaqueta para envolver el brazo
izquierdo y parar los golpes.
Fue un combate terrible, en que los dos enemigos saltaban, se agarraban,
se mordian. Varias veces Silva Coelho tuvo sujeto por los pelos a Chim e
intento herirle; pero entonces el malayo se acercaba al portugues, hasta
estrecharse con el, y le mordia en la muneca, y el otro tenia que soltar
la cabellera. Al ultimo, en uno de aquellos momentos, al desasirse
bruscamente uno de otro, sin que yo al menos notara el golpe, se vio a
Silva que caia, dando un grito y llevandose la mano al vientre. Tenia
una ancha herida, por donde se iba desangrando.
--iYa, matalo!--dijeron todos.
El malayo se inclino sobre el herido como un chacal, y le hundio el
cuchillo en el pecho, con tal fuerza, que la punta de acero se clavo en
la tabla de la
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