, como una ardilla, a arreglar
una polea.
El viento volvia de nuevo; comenzamos a navegar despacio. Cruzamos por
delante de la costa alta y escarpada de Orio, pasamos el arenal de
Zarauz y dejamos atras el monte de San Anton, que se dibujaba sobre el
mar como una ballena de color gris.
El sol bajaba en el horizonte, inclinandose hacia el mar; su disco rojo
iba dejando las olas como formadas por un metal fundido. En el cielo
aparecian nubes de colores pronunciados y brillantes; dragones de fuego
agitandose en la boca de un horno.
Las grandes nubes escarlatas, los stratus obscuros en forma de peces,
acabaron por ocultar el sol. En algun momento se abria una abertura y
salia un haz de rayos que llenaba el mar de reflejos de color de rosa y
morados, reflejos que no llegaban al interior de las olas, porque estas
presentaban su hueco en sombra de un tono azul verdoso muy pronunciado.
[Ilustracion]
A la altura de Zumaya se oculto definitivamente el sol, tinendo de rojo
las ganas, y la obscuridad se precipito sobre el mar. No duro mucho el
imperio de las tinieblas; el cielo, obscuro y sombrio, fue aclarandose,
y la luna, amarilla, enorme, aparecio por encima de un monton de nubes y
comenzo a iluminar fantasticamente los acantilados negros de la costa y
a brillar con reflejos y cabrilleos en las olas.
--Vamos a tener lluvia--dijo el patron senalando la luna, rodeada de un
halo rojizo.
El viento, que habia saltado a otro cuadrante, se hizo fuerte al avanzar
la noche, y pudimos navegar de nuevo. Las velas, ahora retemblaban, se
impacientaban, se enfurecian, tenian coleras de algo vivo, brillaban muy
blancas a la luz de la luna. El barco marchaba jugueteando entre las
olas negruzcas, llenas de reflejos, de blancos meandros de espuma: unos,
regulares; otros, desgarrados y rotos.
A los lados del barco el agua producia un murmullo, interrumpido por el
estruendo de algun golpe de mar: cuchicheo misterioso y monotono. Las
espumas, fosforescentes sobre el lomo negro de las olas, parecian
tritones luminosos que nos perseguian jugando.
Pasamos por delante de la playa de las Animas. Bisusalde y las casas de
Izarte, proximas al acantilado, se veian a la luz de la luna.
Frayburu seguia en su desolacion y en su tristeza. Dimos vuelta al
Izarra y comenzamos a entrar en las puntas.
Las luces del puerto se reflejaban en el mar; brillaba alguna que otra
ventana iluminada de la ciudad. Fuimos penetrando por las calles
estre
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