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nto habia aumentado; el _Rafaelito_ volaba como una gaviota; la costa, despejada de brumas, formada por cantiles obscuros, se veia clara y distinta. Los cuatro marineros del patache, obedeciendo la orden del patron, comenzaron a meter a golpes de mazo una cuna grande al palo mas alto para inclinarlo a barlovento. Estos pataches de cabotaje, como algunas barcas pescadoras, tienen tan malas condiciones marineras, que les es necesario inclinar los palos hacia donde viene el viento, por poco que sea este fuerte. Marchan a fuerza de habilidad; cualquiera racha huracanada los puede tumbar. Un poco antes del mediodia cambio el viento; ibamos dejando atras la costa francesa, sus suaves y bajas colinas, sus dorados arenales y sus lajas pizarrosas carcomidas por el mar. Pasamos Hendaya y Fuenterrabia, dormidos al sol en las margenes del Bidasoa. Estabamos delante de Jaizquibel. Era hora de comer. El grumete trajo una cazuela de patatas con bacalao, y comimos todos fraternalmente. La brisa era cada vez mas debil; ibamos avanzando despacio por la costa guipuzcoana. El comenzar de la tarde fue sofocante; el sol derramaba una lluvia de fuego; el mar se extendia tranquilo, apenas rizado, sin mas olas que algunas pequenas ondulaciones; con la respiracion ritmica de un buen monstruo dormido, el agua, sonolienta, reflejaba la costa con todos sus detalles en la claridad de aquella tarde perezosa y esplendida. Yo miraba estas aguas sin pensamiento, con una vaga tristeza. De cuando en cuando el grumete volvia a su cancion. A lo lejos veiamos vagamente los pueblos y el mar, muy azul, con un azul de Prusia, cerca de la costa. Las rocas de los acantilados aparecian ribeteadas por una linea negra dejada por la marea, y los arenales humedos brillaban al sol. Antes de llegar a Orio, el viento ceso por completo y las velas quedaron inmoviles, arrugadas en sus grandes pliegues, como muertas en la calma absoluta de la tarde. Uno de los hombres del patache y el grumete echaron sus aparejos de pesca, mientras los demas marineros sostenian una larga conversacion en vascuence acerca de las divisiones de las cofradias de pescadores de Luzaro. Pasamos asi horas, inmoviles, en el mismo sitio. La languidez de la tarde habia acabado con mi impaciencia. Serian las cinco o cinco y media cuando el mar comenzo a rizarse con olas redondas, blandas, que fueron tomando anchura y cuerpo con rapidez. El chico se subio por el palo del patache
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