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s, se manifestaron como amigos. Les propusimos cambiarles un rifle por dos corderos y ellos aceptaron. El capitan dijo que seria prudente que nos fueramos a la ballenera, pues estos moros eran todos traidores. De paso dejamos sin un fruto los arboles de argan que fuimos encontrando. Nos metimos en la ballenera y quedo uno de guardia en un alto. Estabamos esperando, cuando sono una descarga cerrada, y el centinela y cuatro de los que estaban a mi lado cayeron a tierra. Entre ellos, Burni. Me acerque a el, pero estaba muerto. Toda una partida de moros avanzaba escondiendose. Nos metimos en la barca y remamos con furia hacia el centro del rio; la corriente nos llevaba hacia el mar; asi que nuestra unica preocupacion fue alejarnos de la orilla. Los moros aparecieron a la descubierta. Algunos de ellos se metieron valientemente en el agua, y dos se quisieron subir en la ballenera; Arraitz le dio a uno tal golpe en la cabeza con la culata del rifle, que los sesos saltaron por el aire. El otro huyo. Los de la orilla siguieron disparando. Ya no nos hicieron ninguna baja; en cambio, nosotros tuvimos el gusto de tumbar una docena lo menos de aquellos sarnosos. Salimos de alla con la intencion de coger la isla de Lanzarote. A los dos dias nos cogio un temporal del sudoeste, y como el viento, aunque muy fuerte, era manejable, concebimos la esperanza de llegar pronto a las Canarias. A la luz de la linterna, el capitan, con la brujula, estudiaba el plano. Despues de recibir encima del cuerpo chubascos y mas chubascos que nos empaparon hasta los huesos, dimos vista a Lanzarote. Se revelaba la isla como un nubarron sobre el mar. Nos acercamos llenos de esperanzas, cuando un demonio de cutter velero nos dio el alto disparandonos un canonazo. Era imposible resistir. El capitan mando atar un panuelo blanco en un remo, en senal de que nos rendiamos. No sabiamos si este cutter estaba avisado por el otro buque que nos habia dado caza anteriormente, pero pronto no nos cupo duda al ver al crucero grande acercarse a nosotros. La serenidad del capitan no se desmintio en aquel instante. A medida que avanzabamos hacia los dos barcos ingleses, fue diciendonos lo que nos convenia declarar y lo que teniamos que ocultar en beneficio comun. Ademas, nos explico lo que cada uno podia alegar en su propia defensa. El negocio de los chinos lo hacian unicamente el capitan Zaldumbide, el medico y el portugues Silva Coelho; a estos los habian ma
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