tan el piloto no queria que
entablaramos combate; pues aunque hubieramos vencido al ultimo, estando
armados como estabamos y ellos no, hubiese sido a costa de mucha gente.
Avanzamos Arraitz y yo; todo el mundo dormia, y el barco navegaba a la
ventura. A pesar de esto, Nissen no habia abandonado el timon.
Nos extrano tanto silencio. Luego supimos que el cocinero habia llenado
cuatro barricas a medias de agua y de ron, y habian bebido todos los
marineros y chinos hasta quedar borrachos.
En vista de que nadie nos espiaba, creimos que se podia hacer un intento
de buscar agua, y se lo dijimos al teniente. Vaciamos en la cubierta una
damajuana llena de _brandy_, que sacamos de nuestra camara, y decidimos
traerla con agua.
Albizu y yo dariamos a la bomba; Arraitz y Burni nos escoltarian armados
de rifles, y a la puerta de la sobrecamara quedarian el teniente y
Nissen para dar, en caso de necesidad, la voz de alarma.
Salimos despacio; hicimos funcionar la bomba del aljibe de popa. Nos
figurabamos que no daria agua. Efectivamente: estaba agotado. Habia que
acercarse al castillo de proa. Fuimos avanzando los cuatro con cautela,
estudiando el camino. En las crujias, cerca de los palos, se veian
tendidos marineros borrachos. Pasamos con grandes precauciones por
delante del camaranchon de la cocina.
Llegamos a la bomba de proa que comunicaba con el otro aljibe, la
hicimos funcionar, y trajimos diez o doce litros de agua. Como el viaje
se habia hecho sin riesgo, lo volvimos a repetir, y llenamos todas las
botellas y depositos que encontramos. El aljibe de proa debia quedar
tambien muy mermado.
En uno de los viajes, Burni, senalando con el canon del rifle, nos dijo:
--Mirad, mirad alla.
Nos quedamos sorprendidos. A la luz palida del alba se veia el cadaver
de Zaldumbide, colgado de una verga, balanceandose con los movimientos
del barco.
Se lo advertimos al teniente y a Nissen, y este, con su habitual
laconismo, nos dijo:
--Las llaves, las llaves.
--Es verdad--repuso el teniente--; hay que registrarle, a ver si tiene
el llavero.
Ninguno de los otros vascos se atrevia, y fui yo. Subi por una cuerda y
llegue al cadaver. Al estar junto a el me estremeci; una cosa salto
sobre mis hombros. Era la mona Mari-Zancos, acurrucada en los hombros
del ahorcado. Cogi las llaves, y cuando bajaba oi la voz de Tommy que,
desde lo alto de una cofa, decia:
--iHola! iHola! iBuenos dias! iEl capitan esta en una postura incom
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