uerta de
nuestra camara, donde soliamos dormir los vascos. Quedamos
incomunicados. En seguida el piloto nos mando encender la linterna de la
Santa Barbara, bajamos al panol de las armas y de la polvora y tomamos
cada uno nuestro rifle y cartuchos en abundancia.
Hecho esto, volvimos debajo de la toldilla porque hacia mas fresco, y
ademas porque podiamos desde alli ver algo de lo que pasaba en cubierta.
Nuestro anhelo y nuestro temor eran tan grandes, que casi no sentiamos
la sed.
Pasamos las primeras horas de la noche alerta. En el camarote del
capitan habian botellas de cerveza, que era bebida que el solia tomar
alguna vez. El piloto nos hizo beber a los cuatro vascos y al timonel un
poco de liquido. Frans Nissen, indiferente a todo, con una brujula
pequena de mano, seguia en la rueda del timon.
A eso de la media noche sonaron dos golpes fortisimos en la puerta.
--?Quien va?--dijo el piloto.
--Yo--contesto Silva el portugues.
--?Que quereis?
--Han matado al capitan. iRendios! No se os hara nada.
--Entregaos vosotros antes--contesto Tristan.
En este momento, alguien metio el canon de la pistola por un ventanillo
que tenia la puerta, y disparo un tiro adentro. Yo apague el farol y
quedamos a abscuras.
--Si os entregais ahora, no os haremos nada--volvio a decir el
portugues.
--Estais borrachos--replico el piloto--; manana hablaremos.
--iEa, muchachos!--grito el portugues--. Echad la puerta abajo. Traed un
martillo.
Alguien fue por el martillo.
--iEh, vosotros!--volvio a gritar Tristan--; os advierto que estamos
armados, que somos duenos de la Santa Barbara, y que hay tres toneles de
polvora. No os atacamos porque no queremos hacer una matanza inutil;
pero tened en cuenta que podemos hacer saltar el barco.
La amenaza hizo su efecto. Silva mando a uno de los suyos a que viera si
nuestra camara estaba cerrada, y cuando el otro volvio diciendo que lo
estaba, murmuro:
--Estos barbaros son capaces de todo.
Desde el ventanillo de la puerta oimos durante toda la noche los cantos
de los marineros y la algarabia de los chinos.
Nos sustituimos para hacer la guardia; aunque nadie pudo dormir,
estuvimos tendidos, descansando.
Comenzo a llegar la luz del alba. Debajo de la toldilla hacia un calor
horrible; al amanecer, la abrimos para ventilarla un poco. No nos
vigilaba nadie.
Como no se sentia ningun movimiento en la cubierta, salimos Arraitz y yo
para darnos cuenta de lo que pasaba. Tris
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