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resistir. La piel y la garganta las teniamos abrasadas. Algunos marineros se desmayaban tendidos por los rincones; otros se ponian como locos; el sol mordia la piel de estos desdichados. Los chinos se ahogaban en la bodega y comenzaron a pedir agua a grandes voces; se asfixiaban. El capitan dijo que no habia agua, y nos mando a nosotros quitar las bombas de mano que sacaban el agua de los aljibes. Al hacerlo comprendimos que la tripulacion estaba alborotada; pudimos retirar las bombas sin que nos atacaran. Los marineros fueron a ver al capitan enardecidos, como locos, con los ojos inyectados, fuera de las orbitas. El capitan repitio varias veces que no habia agua, que se contentaran con la media racion. Dicho esto se sento cerca de la ballenera a charlar con el doctor Cornelius. Al anochecer, los vascos salimos a respirar sobre cubierta aquel aire torrido. El mar se extendia incendiado, como un metal incandescente. Lo contemplabamos con una enorme desesperacion cuando vino Arraitz, uno de los nuestros, corriendo a decirnos que el chino Bernardo habia abierto la escotilla de la bodega a los _coolies_, y que salian todos sublevados. El capitan y el medico estaban hablando sentados los dos en sillas de lona al socaire de la ballenera, y no vieron a los marineros y a los chinos que avanzaban por el otro lado de la lancha grande. Les avisamos con un grito; Zaldumbide agarro el rebenque y se lanzo hacia proa repartiendo chicotazos a derecha y a izquierda. Nosotros le seguimos, creyendo que dominaria el tumulto; pero, al llegar el solo hasta unas cubas que habia delante de la cocina, uno de los marineros le tiro el cuchillo, con tal acierto, que se lo clavo en la garganta. El capitan cayo en medio de aquella turba; la tripulacion entera se echo sobre nosotros como perros y, gracias a que el piloto tenia la puerta de la sobrecamara abierta, pudimos refugiarnos alla y salvarnos. Quedamos dentro los vascos y el timonel. Al doctor Cornelius lo habian atrapado, y seguramente estaban dando cuenta de el en aquel momento. Tristan, el de la cicatriz, debia haber hecho causa comun con los sublevados. Los marineros y chinos no se preocuparon al principio de nosotros; pusieron las bombas y estuvieron bebiendo hasta hartarse. Pasado el primer momento de panico, nos aprestamos a defendernos. Como he dicho, la sobrecamara de la toldilla tenia una trampa que daba a la camara del capitan; por ella bajamos nosotros y cerramos la p
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