la chalupa. En la factoria les esperaba el agente.
_El Dragon_ entraba en el rio despacio, navegando solo con las velas
triangulares del foque y alguna del palo de proa.
Al meternos en el rio preparabamos las cuatro anclas. Al mismo tiempo yo
me dedicaba a sondar. Llenaba el agujero de la gruesa bala de sebo, le
daba vueltas en el aire como una honda y la despedia lo mas lejos
posible. Luego le decia al piloto las brazas con que contabamos.
--?Que fondo tenemos?--preguntaba el.
Yo sacaba la sonda para que viese si era arena, fango, trozos de coral o
de concha.
Cuando el fondo disminuia, el contramaestre subia al castillo de proa, y
quedaba de guardia con el martillo en la mano, esperando la orden para
dejar caer el ancla.
--iFondo!--gritaba el piloto.
Old Sam daba un martillazo a la palomilla de hierro que sujetaba el
ancla de proa, y poco despues se echaban las otras tres y quedaba el
barco inmovil.
El nuevo Tristan y yo presenciamos el embarque, el primero que hicimos
con este piloto. Sin duda, el surtido de ebano se habia agotado en
aquella parte de Africa, porque no pudieron traer mas que veinte o
treinta negros encadenados. iY que personal! Viejos, tinosos, ulcerados:
un espectaculo horrible.
El doctor Cornelius se encargo de ellos para ver si los dejaba
presentables. Enderezamos el rumbo hacia el Cabo de Buena Esperanza, y
con unos dias borrascosos, luchando con la corriente del Cabo de las
Agujas, pasamos al Atlantico, y tras de muchas penalidades llegamos a
Angola y fondeamos en la Bahia de los Elefantes, nuestro puerto de
refugio.
De los veinte o treinta negros tomados en Mozambique habian muerto y
servido de pasto a los tiburones mas de la mitad.
Esperamos en la Bahia de los Elefantes una larga temporada. Se decia que
uno de los reyezuelos del interior iba a hacer una _razzia_ y a traer
cientos de esclavos.
Despues de aguardar cerca de un mes, no pudimos embarcar mas que quince
o veinte negros, otras tantas negras y unos cuantos chiquillos. Era una
miseria. El capitan estaba desesperado, la tripulacion se revolvia
furiosa; el unico indiferente era el nuevo piloto, a quien no importaba
sin duda la ganancia gran cosa.
Con un cargamento tan ligero subimos hacia el norte con los alisios,
teniendo que echar varias veces algunos viejos negros al mar para regalo
de los tiburones, y, al pasar cerca de la isla de la Ascension,
estuvimos a pique de ser cazados por un crucero ingles.
Los
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