nte del piloto:
--Este es un perro. Cuando esteis entre los demas, respetadle como
teniente; pero si aqui os molesta, os autorizo para que le deis una
buena.
Se siguio el consejo, y un dia Arraitz le calento las costillas para una
temporada.
Como eramos la parte mas tranquila de la tripulacion, se hizo amigo
nuestro un irlandes, Patricio Allen. Era un buen muchacho, grandullon,
con los ojos azules y el pelo de color rojo, pesado, pero excelente
persona. Tenia una buena voz, pero nos aburria tocando cosas tristes con
su acordeon. Yo no se como demonio sacaba unos sonidos tan lamentables y
tan melancolicos a su fuelle. Casi el ruido mas alegre de su instrumento
era cuando le faltaba una nota, y parecia tener un ataque de asma. Solo
oyendo a Allen se sentia uno desgraciado, como si el mar, el viento, la
soledad y la niebla se echaran sobre uno y lo acogotaran.
El espanol don Jose era simpatico y formaba en el partido de los
holandeses. Era generoso, hidalgo, hombre de palabra; no tenia mas
defecto que el de ser ladron. Decia que nada era comparable con la
emocion de robar. El nunca habia robado por el valor de las cosas, sino
por sentir la deliciosa impresion del acto. Habia recibido una educacion
cristiana, segun decia. Era hijo de un canonigo de la catedral de
Toledo.
Don Jose habia trabajado en casi todos los puntos de Espana y de sus
Indias despues, encontrando pequena su patria para su gloria, habia ido
a otros paises, hasta que, viendose perseguido, tuvo que meterse en el
barco negrero, cosa que le repugnaba profundamente por sus sentimientos
de humanidad.
Don Jose consideraba como su obra maestra un robo que hizo en una
iglesia de un pueblo de America, de la que se llevo una custodia, varios
calices y coronas. Despues de verificar esta bella sustraccion con una
maravillosa habilidad, don Jose llamo en casa del juez, denuncio el
hecho, dio una pista falsa y se fue del pueblo sin que nadie le
molestara.
Cuando se le preguntaba si, como hombre religioso, no sentia
remordimientos por este robo, decia que no, porque lo habia hecho con
reservas mentales y sentido un gran proposito de enmienda.
Otros dos tipos curiosos teniamos en el barco: el medico Ewaldus
Hollenkind, a quien nosotros llamabamos el doctor Cornelius, y el
pequeno Tommy, el grumete.
El doctor Cornelius era un hombre rechoncho, algo jorobado, triste y
desagradable. Tenia barbuchas amarillas y deshilachadas, la expresion
suspicaz y un c
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