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mplarle y a quitarle las cartas de la mano para ponerse ella en su lugar. Ahora Clementina estaba de buen talante jugando en la mesa proxima: se reia de Pepa Frias porque se mostraba silenciosa y preocupada. --Oiga usted, Pinedo, no me acordaba ya--dijo arreglando el abanico de cartas que tema en la mano--, ?por que tenia usted interes esta manana en hacer pasar por un santo delante de su hija al perdido de Alcantara? --Es un secreto--respondio el gran vividor. --iQue se diga, que se diga!--exclamaron a un tiempo Pepa y Clementina. Se hizo de rogar un poco. Al fin, obligandoles a prometer antes que lo guardarian fielmente, se lo dijo. Habia observado en las ninas tendencia senalada a enamorarse de los calaveras, de los vagos, de los malvados, y a rechazar a los hombres laboriosos y formales. Para que su hija no cayera en poder de alguno de aquellos invertia las referencias que le hacia de cada cual. Cuando pasaba a su lado un chico honrado y trabajador, le ponia de loco y de perdido que no habia por donde cogerlo; si, por el contrario, pasaba uno que mereciese en realidad tales dictados, como Alcantara, se hacia lenguas de el. Pepa, Clementina y Arbos suspendieron el juego para escuchar sonrientes aquel singular relato. --?Y produce efecto el procedimiento?--pregunto el ministro. --Hasta ahora admirable. Jamas se le ocurre a mi hija mentar en la conversacion a los que yo le doy por buenos muchachos. En cambio, icuantas veces me dice muy risuena!: "?Sabes, papa, que hoy he visto a aquel amigo tuyo tan _perdis_? No se puede negar que tiene gracia en la cara y que parece un chico fino. iEs lastima que no formalice!" En aquel momento, Cobo Ramirez, que andaba por alli resoplando como un buey cansado, se acerco a la mesa y quiso saber de que se reian. No le fue posible arrancarles el secreto. Pinedo les hizo una sena prohibitiva porque tenia mucho miedo a su lengua. Tambien Pepe Castro, harto de dar celos a Clementina con su amiga Lola, sin que aquella pareciese siquiera advertirlo, se levanto y se fue aproximando silenciosamente afectando melancolia. Se puso detras de Pepa Frias y apoyo los brazos en el respaldo de la silla. La viuda estaba tan escandalosamente descotada que en aquella actitud se podia ver mas de lo que la decencia permite. --iNo vale mirar, Pepe!--exclamo Cobo con maligna sonrisa. --Miro las cartas--respondio aquel. --iVamos, no sea usted desvergonzado, Cobo!--dijo Pepa dandole con
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