Sus esperanzas quedaron defraudadas. La dama cruzaba como
siempre con su pasito vivo y menudo, le saludaba carinosamente primero,
y desde la esquina volvia a hacerle el consabido adios con la mano. Cada
vez que salvaba la puerta, el corazon de Raimundo se encogia, se ponia
de mal humor. "Vaya, se le ha olvidado, decia para si: no volvere a
hablar mas con ella, como la casualidad no nos vuelva a juntar en algun
sitio". Empezo a ayudar a la casualidad asistiendo con mas frecuencia al
teatro de la Comedia, pero no logro verla. Al teatro Real, donde
seguramente estaba, no se atrevia a ir por el temor de que pensase que
aun duraba la persecucion. Por que se le habia metido en la cabeza que
habia de subir a su casa precisamente a aquella hora y no a otra, no lo
podemos explicar. Lo que si afirmaremos es que fueron inmensos su
asombro y turbacion cuando una manana Clementina se dejo entrar por la
casa. Pregunto desde luego por la senorita. Aurelia la recibio en la
sala y paso inmediatamente recado a su hermano. Cuando este se presento,
la dama se hallaba instalada en el sofa charlando con el desembarazo de
una amiga que el dia anterior les hubiese visitado.
--Conste que esta visita no es para usted--le dijo sonriendo y
tendiendole su mano enguantada.
--No me atreveria yo a imaginarlo, senora--replico el apretandosela
timidamente.
--iPor si acaso! No le creo a usted fatuo, pero las mujeres debemos
siempre vivir prevenidas.
En la soltura y en el tono jocoso que adoptaba se podia advertir cierta
afectacion. Su voz estaba ligeramente alterada. Alrededor de los ojos
habia esa palidez que denuncia siempre la emocion que embarga el
espiritu. La visita fue corta, pero en ella tuvo tiempo para lisonjear a
la nina con muchas palabras delicadas, con efusivos ofrecimientos. La
hizo prometer que iria a verla algun dia. Si no le gustaba la sociedad,
que fuese por la tarde y charlarian un rato solitas. Le ensenaria su
casa y algunas labores. La orfandad y la juventud de Aurelia la
impresionaban. Ya que ella tenia la dicha de parecerse a su madre un
poco, como afirmaba Raimundo, se creia con cierto derecho a su afecto.
--Nada; cuando usted se aburra aqui sola, se viene usted a mi casa que
esta cerquita, y nos aburriremos juntas, que siempre es mas llevadero.
La pobre Aurelia, confundida por aquella amabilidad y charla
mundanales, no hacia mas que sonreir. Cuando se levanto para
despedirse, dijo:
--Queda usted encargado, Alcaza
|