smo que un criado,
presentandole el mismo las fuentes de confites y frutas heladas. Una
vez, al darle una de estas, le habia apretado los dedos; bien lo habia
visto. iEsto era una indecencia! Irenita queria suicidarse. Preferia
morir mil veces a padecer semejantes tormentos. Clementina la consolo
como pudo. Emilio la queria muchisimo: le constaba. Solo que los hombres
tienen a lo mejor estos sofocos, lo que llaman los toreros, _extranos_.
Como el corazon no esta interesado, dejandoles sueltos un momento se
hastian y vuelven a lo que verdaderamente aman.
Para arreglarse un poco y lavar los ojos no quiso llevarla al tocador
del baile: subiola al de la duquesa. Al cabo de unos minutos bajaron
ambas. Irenita prometio no dar a conocer su pena. En cuanto Clementina
entero a Pepa de lo que habia pasado, se sulfuro de tal modo que tuvo
necesidad de contenerla para que no fuese a aranar a su yerno.
--Bien, si no le arano ahora, le aranare despues--dijo alzando los
hombros con indiferencia. Tan resuelta estaba a ello--. Suceda lo que
suceda, yo no puedo consentir que ese _titi_ mate a mi hija, ?sabes?...
Y en cuanto a esa pendona desorejada, no he de parar hasta que la escupa
en la cara ... y al cabronazo de su marido, lo mismo.... iPues estamos
aviados!
--?No sera mejor que procures desembarazarte de ellos? Huerta esta en el
Ministerio. Mira a ver si le mandas de gobernador a cualquier parte....
--iPues es verdad! Ahora mismo voy a hablar a Arbos.... iPero lo que es
a mi senor yerno no le perdono!... Esta noche me las ha de pagar, o no
me llamo Pepa.
El duque, rodeado siempre de un grupo de fieles, se dejaba atufar a
golpes de incensario, soltando a largos intervalos algun grunido
espiritual que los electrizaba, les hacia prorrumpir en exclamaciones de
alegria. Las senoras eran las que mas se distinguian por su entusiasmo.
El genio especulador de Salabert les infundia vertigos de asombro, como
si se pusiesen a calcular cuantos vestidos podrian comprarse con sus
millones. Y el, tan flexible generalmente, que habia llegado al puesto
que ocupaba, segun propia confesion, a fuerza de puntapies en el
trasero, al hallarse entre sus adoradores los maltrataba sin piedad. Sus
chistes brutales, lo mismo caian sobre los hombres que sobre las
senoras. Gozaba en la ostentacion barbara de su fuerza. Si aquellos sus
devotos admiradores se dejaban humillar tan pacientemente no dandoles
nada, ?que no sucederia si repartiese entre ellos
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