n hilito de agua que caia del techo
se le habia introducido por el cuello. Hizo reir el suceso, pero sin
espontaneidad. En el fondo, todos experimentaban un vago temor, cierta
ansiedad que trataban de ocultarse. La jaula trajo de la superficie otro
monton de gente. La tercera vez llego casi vacia. El resto de la
comitiva habia optado por quedarse en el noveno piso: el trabajo de los
mineros no les interesaba. Los que habian descendido hasta alli tambien
sentian vivos deseos de encontrarse en paraje mas comodo. Preguntaban a
cada instante al director si aquello estaba seguro; si no habia casos de
hundimientos.
--iOh, no!--decia el director sonriendo--. Los hundimientos son de las
minas particulares. Esta pertenecio al Estado, y todo se hace con lujo
de seguridad.
--En ciertas minas donde yo he estado--apunto un ingeniero--tenia que
ir una cuadrilla detras de los mineros para desenterrarlos.
--iQue horror!--exclamaron a una voz todas las damas.
Acomodaronse al fin de nuevo en la jaula, y subieron al noveno piso.
Aqui la decoracion era distinta. En este piso no se trabajaba hacia
tiempo. Habiase tomado en la galeria mas ancha un trozo; se habia
cerrado, tillado y luego alfombrado. De suerte que parecia el salon de
un palacio. El techo y las paredes estaban tapizados con tela
impermeable, adornados con trofeos de mineria. Veiase una mesa
esplendida en medio de el para cincuenta o mas cubiertos. Estaba
profusamente iluminado por medio de grandes aranas con centenares de
bujias. Se habian prodigado, en suma, todos los refinamientos del lujo y
la elegancia en aquel recinto. De tal modo, que una vez dentro de el
costaba trabajo representarse que se estaba en el fondo de una mina, a
trescientos metros de la superficie.
Los convidados se sentaron en medio de una agitacion entre placentera y
angustiosa, que se revelaba en sus caras risuenas y palidas a la vez.
Los criados, correctamente vestidos, ocupaban sus puestos como si se
hallasen en el palacio de Requena. Al empezar el servicio del primer
plato, la orquesta, que estaba oculta en una de las galerias contiguas,
empezo a tocar un precioso vals, cuyos sones, amortiguados por la
distancia, llegaban dulces y halagueenos. Las damas, con las manos
tremulas, los ojos brillantes, murmuraban a cada instante--: "Que
original es todo esto!... iCuanto me alegro de haber venido!... Ha sido
un capricho magnifico el de Clementina". Y todas procuraban encontrar el
equilibrio de es
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