icion. Tardo unos instantes en contestar y al fin dijo entre
colerico y desdenoso:
--Me parece sencillamente una infamia y una asquerosidad.
La arruga, aquella arruga fatal que cruzaba la frente de Clementina cada
vez que la colera agitaba su alma turbulenta, aparecio honda y
siniestra. Levantose bruscamente, y despues de mirarle con fijeza, entre
airada y desdenosa, le dijo con acento glacial:
--Tienes razon. Ese arreglo no puede convenirte.... Mejor sera que
cortemos de una vez nuestras relaciones.
Y se dispuso a marchar. Raimundo quedo anonadado.
--iClementina!--grito con desconsuelo cuando se hallaba ya cerca de la
puerta.
--?Que hay?--dijo ella, con la misma frialdad, volviendo la cabeza.
--Escucha, por Dios, un momento.... Te he dicho eso arrebatado por los
celos, pero sin intencion de herirte.... ?Como he de ofenderte yo a ti
cuando te quiero, te adoro como a un ser sobrenatural?...
A estas siguieron otras muchas palabras fogosas empapadas de carino,
mejor aun, de devocion. Clementina las escucho en la misma actitud
altanera. No se dejo ablandar hasta que le contemplo bien humillado,
pidiendole de rodillas, como precioso favor, aquel mismo arreglo que
hacia un instante habia calificado de infamia y asquerosidad.
Por aquellos dias la dama experimento una rabieta tan viva que estuvo a
punto de enfermar. Y no le falto motivo. El duque, su padre, cuyas
relaciones con la Amparo eran cada dia mas publicas y descaradas, llevo
su cinismo o su servidumbre humillante hasta traerla a su palacio y
hacer vida marital con ella. No se hablaba de otra cosa en la alta
sociedad madrilena. Todo el mundo consideraba que Salabert tenia
perturbado el cerebro, por no decir, como en otro tiempo, que estaba
hechizado por su querida. Esta, con su estupidez inveterada, en vez de
disimular su poder y hacerse perdonar del mundo aquella inaudita
usurpacion, la pregonaba a son de trompeta en los teatros y paseos,
donde se presentaba colgada del brazo del duque. Poco despues comenzo a
circular por Madrid la noticia de que se casaban. El asombro y la
indignacion que produjo fueron vivisimos.
Un acontecimiento imprevisto vino a deshacer o por lo menos a aplazar
aquella boda. En cierta reunion de accionistas de las minas de Riosa, a
Salabert, como presidente, le toco dar cuenta de su gestion y proponer
las modificaciones necesarias en la marcha de la sociedad.
Ordinariamente lo hacia con mucha concision y claridad. Era, ante t
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